Agosto y Setiembre se perdieron en la deformación del tiempo-espacio que causó el súbito agravamiento de mi alma. Honestamente, pensé que perderlo todo me haría más ligero, pero no fue el caso. La gravedad de la circunstancia fue tal que los últimos meses no ocurrieron, cayeron en el hoyo negro del que siempre he bromeado pero que, ahora, puedo confirmar como un fenómeno real. Si el tiempo pasó por mí, y la lógica me dice que debió ser así, no me dejó nada. Ni la voluntad del recuerdo vago.
El horizonte de sucesos, como suele ser el caso, estaba claramente identificado desde hacía mucho. Todos sabíamos dónde estaba el límite del abismo, cuándo empezaría la desgracia, and yet llegado el día, nadie estaba más sorprendido que yo. La densidad de mi miseria se trajo todo abajo, a una profundidad que no recordaba, una oscuridad que quizá no conocía y contra la cual el fulgor de mi pasado no podía competir. La luz resultó no ser lo suficientemente rápida para recorrer la monstruosa distancia que mi depresión cavó en segundos. No, Agosto y Setiembre se perdieron en la oscuridad para siempre y quizá es lo mejor.
Ahora estoy fuera del hoyo, pero también del tiempo. Hasta cierto punto, incluso del espacio. Heme aquí una vez más. Nueva York, yet again. Con la terquedad que me caracteriza he retornado a una ciudad que parece rehusarse a amarme como yo a ella. Tenía algo mucho más elaborado que decir al respecto pero nunca lo pude escribir. La pérdida resultó demasiado amarga para continuar mi trilogía sobre La Pérdida. Curiosidades de la depresión. Pero ya está, estoy aquí otra vez, si tan solo con el propósito de incomodarme lo suficiente para querer irme de verdad. O cuando menos, para aceptar que esto no va más.
Me gustan las certezas, he descubierto. No, miento, esto ya lo sabía. Lo que he descubierto es que no me importa en qué polo del espectro se ubica mi certeza en tanto se manifieste, sólida e incuestionable. Me haría igual de feliz decirles que mi experimento funcionó y me siento tan desplazado e incómodo que no puedo esperar para largarme como decirles que fue un fracaso y me sentí – perdónenme la frase burda – «como pez en el agua» no bien puse un pie en la ciudad. Resulta, lamentablemente, que experimento ambas sensaciones constantemente y a la vez. Estoy cansado de ir de casa en casa porque la mía no existe más, pero si me ofrecieran extender este couchsurfing por meses, estoy seguro que tendría un Excel abierto antes del final de la oración. I’d manage, I’d make it happen, contra todo pronóstico. Lo sé.
Entonces, persisto en esta especie de limbo portátil. Lima, Santiago, Nueva York, da lo mismo. Estoy fuera del continuo. Viendo personas de ayer en lugares que ya no ocupo o jamás ocupé. Imposibilitado de hacer planes, de comprometerme, de explicarme. Es agradable y espantoso a la vez, como arrancarse las costras o pasarse la lengua por los dientes que duelen. El sentido del humor de los Powers That Be, además, no puede pasar desapercibido. Sabiéndome en los márgenes del tiempo-espacio, han decidido jugar con mi timeline personal y liberar a los fantasmas of boyfriends past sobre este tablero. Gente que no vive en Nueva York, que ni siquiera conocí aquí, que en teoría no tendría por qué estar acá, ¡y que no obstante aquí está! En el preciso momento en el que yo, que tampoco tengo por qué coño estar aquí, estoy. What the fuck, Universe.
La artificialidad de esta pausa es tan ridícula que, si fuera más egocéntrico, juraría que The Truman Show es real y yo soy Truman. Solo puedo describir la escena como «montada», demasiado perfectamente ejecutada para ser real. La lluvia paró, las nubes se partieron y el sol brilló – quemó – directamente sobre nuestros cuerpos en la cama. Él y yo, espectros de hace siete años, mirándonos a los ojos, confesándonos que nos hemos pensado todo este tiempo. Él y yo, tirando cuatro veces seguidas, recordando la última vez que nos vimos, cuando también tiramos cuatro veces seguidas. Y Shakira sonando en mi cabeza, «cuando te guardabas el anillo dentro del bolsillo, dejarlo pasar». Volví a tropezar con la misma piedra que hubo siempre. Hasta la suite era la 16, csm.
Son las tres de la mañana y voy en el tren. Un lugar inusual para escribir pero es la G. Si conocen la G, saben que tengo tiempo de sobra para terminar. Ya es domingo. Hoy voy a ver al siguiente fantasma, que también lleva ese maldito nombre, y ya no sé en qué plano estoy viviendo, en qué tiempo, ni para qué. Lo bueno es que, a diferencia del último fantasma, este otro es bastante… unreliable. Estoy absolutamente convencido de que no me escribirá y continuaré aquí, en el margen de mi propia vida, mirando hacia atrás. «Nunca me sentí tan fuera de lugar, nunca tanto se escapó de mi control».
Ah, la estación al fin…