Archivo de la categoría: Crap I wrote that I never finished

Infatuación

Mi deseo te precede

como el jade a la escultura

mi infatuación, no obstante

retira lo que no es parte

el espacio negativo entre tus muslos

los músculos de tus costados

tu sonrisa torcida.

Lo que no es tuyo holgó

inútil en mi memoria

cada vez que te vi.

Diente por diente

estuviste siempre

invisible dentro de mí.

Olvidé, sin embargo

ceci n’est pas une pipe.

Mi deseo, infecundo

te sucede.

Instantánea

Hay un árbol frente a mí que ha estado aquí toda mi vida.

El viento sacude las hojas

de derecha a izquierda,

la luz se zambulle en su copa

y brinca con fuerza entre trampolines

de retazos verde limón.

Un amable gigante en quien rara vez he reparado

que, por alguna razón, imagino de perfil.

Pero hoy es verano

el cielo es finalmente azul

y la cabellera de mi árbol refulge tranquila

como el mar

innegable en magnitud

hermoso como respirar profundo.

Esto, imagino

es estar presente.

Ejercicio: -1

Quiebra en mi pecho la ampolleta 

que entraña la vileza de anhelar 

empantana mis tripas

descalcifica mis huesos 

desbasta mi piel desde adentro

y desviste el recorrido de mi sangre

urgente

humana

buscando

refugios que ya no existen 

dos tajos para trasegar

a un recipiente libre de afectos.

Ejercicio: +1

Téjeme a ti

con cada pelo de tu cuerpo

Enrama tus costillas

en las mías

perfora nuevamente

mis viejas cicatrices

que de nada sirven

si ya no recuerdan

Haz de mi algo monstruoso

que sepa y huela a ti

que brota y vuelve a ti.

Four-second rule (2018)

My contribution, at the time and at the table, was the four-second rule. If you can sustain eye contact with somebody for over four seconds, you have one foot in the door.

In my experience, this is true every time. Think of people you’ve crossed paths with on the street. You look at them, they look at you; that’s second one. Then, one of these things will happen:

Two seconds: They/you will look away.
Three seconds: They/you will stop and consider, ultimately looking away.
Four seconds: You’ve gone the distance. Whatever happens next will depend on a number of factors, but at the very least you know they’re not indifferent to you. Whoever’s brave enough could crack a smile and see where that takes you.

I said «in my experience this is always true» but considering the company I was keeping, I should’ve specified it’s a gay male experience. It is how you spot straight men as a homo. They won’t make it past second two. They’d be terrified to look at another man for longer than it takes them to recognize him as friend or size him as foe.

But, it is also how you spot the gays. They will either make it to second four or let you know in no uncertain terms just how unattractive they find you by second three. «But women are different», I continued. «They weren’t taught to fear closeness with one another, even though society sure seems hell bent on pitting them against each other».

I can’t empirically know if this works between women for it is precisely the way men have been brought up in this bullshit patriarchy that makes the four-second rule a rule. The lesbians agreed, but seemed disappointed.

⏤ What about straight men?
⏤ You know how they swipe right at every single woman on Tinder? Like that, but with their eyes.

Also, who cares.

[Unfinished business] Entrega sin título

Me resulta fascinante que un cuerpo cómodo sepa siempre a dónde va. Físicamente, estoy caminando por Waverly en dirección a Union Square, como lo he hecho casi todos los días durante dos años. Mi mente se sabe innecesaria para la ejecución de esta tarea, así que desaparece. Volverá, intuyo, para evitar los charcos que se han formado en las pocas esquinas sin drenaje. Un cuerpo maquinal, mientras tanto, caminará veloz, por su cuenta. No podría decir siquiera que es mío.

Las ventanas idiotas por las que se fuga la consciencia son igualmente maravillosas. “Voy a Union Square. Union Square. Unión. Jirón de la Unión. Qué diferencia salvaje… Union Square y Jirón de la Unión”. Cruces y semáforos se sugieren apenas como murmullos. El aparato avanza. Charco. “Charco”. De pronto, el despegue es absoluto. Mi mente se disuelve en su propia traducción de un verso de Carson, que no tiene que ver con nada. “Estoy aprendiendo mucho en este año de mi vida”.

Me mudé hace algunas semanas de Williamsburg a Greenpoint, como antes de Lima a Nueva York, y de la casa de mis padres en Magdalena a mi departamento en Miraflores antes de eso. En cada tránsito gané ligereza. Reducirse a la mínima expresión implica decisiones rápidas, desapasionadas. He descubierto en mí una gran destreza para desmantelarme sobre la marcha y dejar atrás el excedente. No sabría decir si me da miedo u orgullo, o si todo lo que deseché era inútil. Puedo asegurar, sin embargo, que la veteranía no hace el asunto menos agotador.

Un escritorio, un armario, una cama desarmada. Dos maletas de ropa, una de zapatos, un par de cajas. El aire acondicionado y un pequeño calentador. La calefacción en el departamento de Williamsburg se autorregulaba desde las entrañas del edificio sin patrón alguno. “Tarde, mal y nunca”, diría mi padre si todavía hablara. Me compré una pequeña estufa para entibiar las tardes que el inconmovible edificio no consideraba frías. Pronto descubriría que la calefacción en Greenpoint funciona exactamente igual.

Me marché de Williamsburg un día sin lluvia, el único de esa semana. Era viernes y hacía incluso algo de calor. Recuerdo quitarme la camiseta para ensamblar mi cama. Semidesnudo, sentado en el suelo con una cerveza y mi caja de herramientas experimenté brevemente el placer incuestionable, indestructible de ser hombre, como lo entiende el mundo falocéntrico y que, por falocéntrico, irónicamente se me ha negado. Me reí porque las herramientas no eran mías, sino de una lesbiana. Qué diría mi papá si me viera. Nada, porque ya no habla, aunque entonces yo no lo sabía.

Encontrar una configuración de muebles con la que pudiera convivir tomó casi seis horas. Cuando todo estuvo listo, me acosté. Mis ventanas miran a la calle y tumbado sobre la cama estoy casi a la altura de los peatones. Algunos me clavan los ojos sin proponérselo, me descubren por error. Un ligero sobresalto ocurre del otro lado del cristal. Qué es esto, quién es esto. Se voltean tan rápido que casi no veo la vergüenza trepárseles a la cara. Por qué pensarían que me importuna, si tengo las ventanas abiertas. Sigo su trayecto con la mirada hasta que desaparecen del marco.

Hay una obsesión con el respeto a la intimidad en esta ciudad. Lo veo diariamente en el metro. Con frecuencia tropiezo con los ojos de alguien que se cruza e interrumpe mi tránsito hacia el vacío. Mi consciencia se ve forzada a retornar al artefacto para una maniobra de emergencia. A mí no me importa que me miren, si es sólo por curiosidad. Quizá es algo que descarté en las mudanzas. Cuál es mi concepto de intimidad ahora, en Greenpoint, después de dos años de vivir aquí, quitándome la ropa en más sitios de los que puedo recordar con más gente de la que puedo contar. Intimidad. La puerta cerrada. Intimidad. Greenpoint. “Estoy aprendiendo mucho en este año de mi vida”. Metro. Union Square.

Otra vez he llegado a la estación. Quiero decir “no sé cómo”, pero lo sé perfectamente. Lo que no sé es quién.

 

 

***

 

 

La cocina se arroja sobre mí y me envuelve en una película de grasa

 

de tu papá tiene hambre fríele una tortilla

 

de sírvele con su puré

 

de llévalo a la sala, que es de exhibición

 

y da miedo de noche

 

porque es más larga

 

y no te abraza.

 

 

***

 

Yellow

It had been there all morning. All day, really.
Something familiar suddenly misshaped and macabre, an ominous token of misfortune and fear.
Looked like it as it was happening, too.

Do you know how much blood a body can produce – or what that looks like, for that matter?
You don’t expect it.
A slash and a gash and two seconds later there it all is.
Control changes hands, swiftly. And things play out however they play out.

What you can do, I did.
I stopped it but I didn’t win.
Wrapped the rag in a CVS bag about an hour ago and threw it in the trash.

I imagined telling someone how «it looked like a crime scene down there», but instead I told no one.
I’m sure I’ve heard that somewhere already.
This time it wasn’t funny, though.