Archivos Mensuales: enero 2018

Dolores

Cuando murió Bowie hace un par de años, lloré toda la madrugada hasta quedarme dormido. Desperté con la incontenible necesidad de visitar su edificio en Nueva York, despedirme de alguna manera. Puse Five Years en repeat a todo volumen mientras me preparaba para salir. Escuché Heroes en la plataforma del subway y lloré un poco más. A una cuadra del edificio ya podía ver un sinnúmero de cosas en el suelo. Flores, ilustraciones, fotos, vinilos, velas y cartas de personas que excedían a las diez o doce que estaban ahí cuando llegué. Pertenecían a los que habían desfilado también durante la madrugada y la mañana. El espacio era pequeño y seguiría acumulando cosas durante el resto del día. Pusieron un guardia de seguridad a cargo del pequeño altar. Con el paso de las horas se hizo evidente que alguien debía asegurarse de que la gente circule y sus ofrendas no se derramen por todo Lafayette.

Busqué flower shop near me en Google Maps – quizá mi feature favorito del app – y caminé hacia una florería en Mulberry. El lugar, Shu’s Flowers, era hermoso. Me quedé un rato viendo los arreglos y las macetitas de cristal. Cuando sonó Lazarus en mi playlist, Bowie eligió su flor. Era una orquídea negra, que abierta bien podría ser a black star. Perfecto, me la llevo. Me dieron una tarjetita en la que escribí «You were a hero every day. Thank you, Starman» mientras caminaba de vuelta al edificio. Coloqué mi flor en el suelo – curiosamente, al lado de un papel que decía «PERÚ» escrito con lapicero –, respiré profundo y me despedí de alguien a quien jamás conocí. El aire helado se sintió bien al entrar y salir. Todos los huérfanos de la vereda se miraban unos a otros con cariño y compasión, como si nos conociéramos. No creo haber hablado con nadie, solo intercambiado miradas y esas no-sonrisas con labios apretados que uno suele compartir con gente que sufre la misma suerte que uno.

Here’s the kicker: nunca fui tan fan de la música de Bowie. Algunas me gustaban, otras no y la gran mayoría ni las conozco. Las que me gustan, me encantan; pero cualquier fan real podría desenmascararme como un falso fan en tres patadas. Qué pasó, entonces. ¿Pose? No realmente. La importancia de Bowie para mí va más allá de los dos o tres discos que me encantan. He was a fucking weirdo  – and a revered, successful one at that. Era, además, la encarnación de queer. No era gay o bisexual o straight, era todo el espectro en sí mismo. Tampoco era un activista LGBT pero su mera existencia era contestataria y facilitó ese activismo. Era un puente entre puntos diametralmente opuestos, un idioma común entre poblaciones irreconciliables. La influencia de Bowie es tan incalculable que es imposible pensar en él como un ser humano. O lo era hasta que su muerte nos recordó precisamente que no era solo un ícono, también era mortal. Pocas cosas son tan tristes como que se apague una estrella de ese calibre, así fuera una que solo veías ocasionalmente y desde muy, muy lejos.

Dolores, sin embargo, es otra cosa. Bowie siempre estuvo en el cielo, ella estaba en mi cuarto. Entiendo que pueda sonar ridículo para muchas personas que uno llore la muerte de un artista, que sienta tal afinidad por alguien que nunca ha conocido. A esto, respondo: que jamás nos hayamos conocido no la hace, en lo absoluto, una extraña para mí. Hace casi cinco años, en este mismo blog, describí mi relación con los músicos of my formative years como amistades por correspondencia. Sigo pensando exactamente igual. Estas son personas que se han abierto de par en par y han expuesto ante el mundo lo que realmente piensan y sienten en un momento dado. Those are called lyrics. Yo, como millones de personas, he recibido ese mensaje y he dicho «oye, yo también». Those are called fans and we all have that in common. Quizá no puedo decir esto de las letras de, no sé, Britney – a quien amo por motivos diferentes y dios mío por favor no te la lleves –, pero puedo definitivamente decir esto sobre Dolores.

Estamos hablando de 1996, cuando tenía doce años. Not a girl not yet a woman and, actually, a boy. A gay boy. No puedo recalcar lo mierda que es tener doce años y saber que eres gay en el Perú de mediados de los 90. Tenía amigos del colegio, sí, pero no los veía mucho realmente y no podría decir que me conocían. No sabían lo que pensaba o, específicamente, lo que temía. No podía confiar en ellos. No podía confiar en nadie. No tenía «amigos del barrio», which I always heard was a thing. ¿Cómo podía entablar amistad con los chicos del parque? ¿Qué tenía en común con estos niños hetero que jugaban fútbol o montaban skate o lo que sea? Absolutamente nada y saber que me podían descubrir en el intento me generaba una ansiedad terrible. ¿Habría otro niño gay por ahí? De hecho lo había, pero no lo conocí hasta mi adultez (¡hola, princess!). A esa edad, no lo sabía y asumía que todo el mundo era hetero y yo era el único raro.

En mi cabeza, estaba solo. En la práctica, también. Me pasaba los días en mi cuarto, con la puerta cerrada, con el mejor regalo que me dieron mis papás: uno de esos equipos que parecían una olla, con la casetera al frente y el reproductor de CD «en la tapa». No tenía a nadie, pero tenía a Dolores. Tenía mi cassette de To The Faithful Departed (con algunas canciones sueltas de No Need To Argue). Ella entendía. O yo pensaba que ella entendía con el inglés básico que entendía yo. Esa es otra cosa, y nunca había reparado en ello hasta hoy, ¡pero Dolores O’Riordan perfeccionó mi inglés! Ella y Alanis. Porque bajé las letras de internet, busqué traducciones para lo que no pude descifrar por mí mismo, memoricé todo y practiqué mi pronunciación cantando, sin darme cuenta. A ella le debo que hoy tanto gringo idiota se sorprenda de que sea peruano y me diga «but you speak so well!» (ugh).

No tuve la suerte de conocerla en persona. Vi a The Cranberries dos o tres veces en vivo, pero jamás la conocí. Pensé que quizá el 2017 sería mi año. Tenía mi entrada para setiembre en Terminal 5, unos días antes de mi cumpleaños. Cuando la fecha estaba muy cerca, la banda canceló. Dolores estaba mal de la espalda. Prometieron reprogramar la gira cuando se recuperara, pero nos devolvieron el dinero. En ese momento no pensé nada al respecto. Ahora que Shakira me ha hecho lo mismo, pero no me ha devuelto un sol, me doy cuenta que significa «queremos reprogramar pero quién sabe cuándo sucederá». Ahora no sucederá nunca. Shakira, por cierto, puso fecha para agosto. Mismo venue y mismas entradas, por eso no devolvió nada.

So I do mourn her. I am genuinely saddened by her passing. No solo porque sé que ya no la voy a ver, que no habrán más conciertos, más «visitas»; sino porque ni siquiera habrán más cartas. Estaban grabando de nuevo, ahora todo eso se perderá probablemente. O lo lanzarán póstumamente, que es igual de triste. «No habrán más cartas». Lo leo y me da más pena aún. She made a lonely kid less lonely and that to me is a friend. Me gustaría poder haberme despedido como con Bowie, but no such luck. Quizá algún día la pueda visitar en Irlanda y darle las gracias personalmente. Adiós, queen.