Archivos Mensuales: abril 2013

Bubblegun

Antes de empezar: Escribí esto hace varios años, como parte de otro proyecto, y no he querido editarlo (demasiado). Podría haberlo recortado, es cierto, pero el exceso de detalles es lo que me gustó al releerlo. Me sorprende, me parece tierno (y no recuerdo la última vez que usé esa palabra para referirme a mí mismo). You may not find it as interesting, but you’re still welcome to it.

 

A Brian Molko por el título perfecto.

 

 

En ese momento no lo pensé, pero en realidad era algo importante. Estoy seguro que él tampoco lo pensó, simplemente lo hizo. Quizá luego, mientras caminaba a lo que podría ser un Denny’s o un Wendy’s o cualquier diner de carretera, se detuvo a pensar en ello, no le dio mucha importancia y siguió. Yo tampoco y seguí girando mi dedo sobre Madonna, las Spice Girls y La Macarena. «Tiene que ser», pensé. ¡Con ese playlist no había forma de que no lo fuera! Había algo en él, en nosotros. No iba a cambiar nuestras vidas, pero sería rico mientras durara. Estaba súper inquieto, esperando que volviera.

Cuando aterricé en Miami tuve esa sensación que siempre tengo cuando viajo. Posibilidad. Todo es una puerta abierta, todo me está esperando. Caminé por el aeropuerto con la cabeza en alto y respirándolo todo a mi alrededor, me sentía imparable… hasta que un policía de aeropuerto me detuvo. De pronto, the third degree. Por qué estoy solo, de dónde vengo, a dónde voy, a quién conozco, quién es Tori Amos, cuánta plata tengo, por qué tengo tantas tarjetas de crédito, en qué trabajo, por qué tengo brevete, qué edad tengo realmente, cuánto gano, de qué lado me cuelga. Needless to say, ese rent-a-cop me sacó de mis casillas y me puse tan atorrante como pude. En retrospectiva quizá no fue la mejor de mis ideas. Anyway, después de una larga y lograda imitación de la Paris Hilton peruana, finalmente pregunté, volteándole los ojos, «¿me puedo ir ya?». Me dejó ir.

Fuera del aeropuerto, caí en cuenta de que no tenía la menor idea de por dónde empezar. Había pasado más de una hora, había perdido el bus que pensaba tomar, no tenía los horarios de los que le seguían ni un teléfono al cual llamar. En la calle, llovía. Empecé a sentir un poco de pánico en mi soledad. Llamé a José Carlos, que estaba trabajando en Miami desde hacía unos meses. Su voz, profunda y aguda a la vez, fue una cosquilla en el corazón, un temblorcito en la estructura de mis recuerdos. Cómo me alegró escucharla. Casi podía verlo entrecerrar los ojos y sonreír al caer en cuenta de quién lo llamaba, el amigo gay que se pasó buena parte de la amistad enamorado de él. Conversamos un rato, tenía que irse a trabajar. Le pregunté dónde y me dijo «Pizza Hut», pero con José Carlos nunca se sabe. Encontraba un placer exasperante en decirme mentiras tontas. Con el paso de los años, dejé de preocuparme en si creerle o no. Me daba risa no saber. Le dije que debía tomar un bus a Orlando y que lo vería cuando vuelva. Creo que nunca lo vi.

La lluvia terminó tan intempestivamente como empezó. Me calmó en algo. «Al menos no me voy a mojar», pensé. «A la mierda, iré a casa de mi tía», me dije y tomé la J, que un par de inviernos antes conocí tan bien. Maletín en mano, mirando la ruta con atención. Al llegar a casa de mi tía, dejé la paranoia y me recompuse. Descansé, comí algo, llamé a la estación de buses, al hostal al que llegaría en Orlando y al taxi que debía llevarme a él. Volví a sentir la Posibilidad soplándome la cara, la aventura haciéndome cosquillas, todo estaba listo. Salí a cenar con mi tía y en un abrir y cerrar de ojos estaba sentado en la estación del Greyhound esperando mi autobus.

Miré a la gente a mi alrededor. Harta minoría. Uno que otro redneck me miraba, sacudiendo los bigotes. No estaba preocupado, pero sí aburrido y supuse que lo estaría por varias horas. De pronto entró una pareja mayor, ligeramente obesa (aunque este no es un atributo que resalte en Miami), mirando para todos lados. Detrás de ellos entró su hijo. Mis ojos se abrieron como un par de vinilos. Era un chico flaquito, sonriente, de cabello castaño oscuro y unos preciosos ojos café, tan enormes como sus pestañas. Se le veía bastante joven con su jean pitillo, la camiseta blanca y una mochila a cuadritos pintarrajeada. Un look ligeramente hipster, en una época donde ser hipster era RECONTRA hipster porque aún no existían. Pero él era irrespetuosamente guapo, so I didn’t hold it against him.

De pronto reparé en lo que estaba pintado en su morral. Era una imagen de Regina Spektor, del video «Us«. Mi corazón se saltó un par de beats. ¡Tenía de qué hablarle! Acto seguido empecé a pedirle a Godney que por favor lo pusiera en mi bus. Que se suba a mi bus, que se suba a mi bus, que se suba a mi bus, que se suba a mi bus, que se suba a mi bus, que se suba a mi bus… «The 11:45 bus to…  Orlando… is now boarding at gate 2«. ¡Que se suba a mi bus, que se suba a mi bus, que se suba a mi bus! En todo ese tiempo, mientras pateaba mi maletín hacia la puerta de embarque, no le había quitado la vista ni un segundo. Sus padres me miraban. No me importaba, yo lo miraba a él. El mocoso bello seguía su camino hacia la terminal y sí, se dirigía hacia mi bus.

Cuando nos acercamos al bus, me puse detrás de él. Subimos y todos se fueron hacia el fondo (algo que yo jamás haría porque lo odio; además quería estar cerca del chofer, por si acaso). Él no se sentó de inmediato. Estaba evaluando los asientos delanteros buscando el mejor. Yo hice lo mismo. Mientras nos acomodábamos hice todo lo que pude por hacerle notar que veía su mochila. Finalmente me miró mirarlo. «Is that… Regina Spektor on your bag?», pregunté. El niño arqueó las cejas con sorpresa y sonrió, se le veía más lindo aún. En ese momento noté sus labios, en los que no había reparado antes. Súper lindos, rojos y carnosos. «Yeah! You like?», me dijo. «I love!», respondí. «I’m actually on my way to Atlanta to see her live». «Ha! I’m on my way to Orlando to see Tori Amos». La coincidencia nos acercó, pero no nos habíamos animado a sentarnos juntos. «I’m Jake, by the way».

Luego de una parada – en la que se subió una camionada de X-Zibit lookalikes -, se hizo evidente que conversar de asiento a asiento sería bastante incómodo y eventualmente imposible, pues el bus se llenaría. Le hice una seña con la cabeza, un deseo desesperado disfrazado de un sutil «ven». Me sonrió y se sentó a mi lado. Yo me derretí y así empezó el viaje. Conversamos de música, conciertos, videos, de Regina, de Tori, de mi viaje, del suyo. Le dije que acaba de ver a Björk en mi país y que había sido espectacular. Le enseñé videos que tenía en mi celular, se asombró del rugido de la gente, que se comía la potente voz de la islandesa. No podía dejar de verlo. Era demasiado lindo el csm. Lo más cute era su manía. Cada vez que me sorprendía mirándolo – que, no point denying it, era seguido -, hacía la cabeza un poquito hacia atrás y me guiñaba un ojo, todo en un rápido movimiento. Me babeaba jo-di-do cada vez.

Sacó su iPod y vimos un concierto completo de Regina Spektor. Me iba hablando de cada canción, de por qué le gustaba, de cuántas veces la tocaba, de que él tocaba el piano y yo me comía cada palabra como chocolates que se deshacían en mi cerebro. Hablamos de mi país, de si alguna vez había ido, de cuántas veces había ido yo al suyo, de si conocía a alguien en Orlando, todo lo que una persona le preguntaría a otra en nuestra situación. De pronto, un tipo que estaba, aparentemente, muy aburrido atrás se sentó delante de nosotros y nos empezó a hablar. LO ODIÉ. Cada vez que abría el hocico y me robaba su atención, lo odiaba más. Cada vez que Jake me miraba mirarlo y me guiñaba el ojo moviendo la cabeza, volvía a ser feliz. Diecinueve años, ¡mi karma de la época!

Después de un largo rato de ser interrumpidos por el tipejo ese, apagaron las luces y todos dejamos de hablar. El tipo se acomodó para dormir, pero continuaba hablando de rato en rato. Jake escuchaba su iPod; yo, mi cel. Habían pasado varios minutos, quizá una hora, no lo sé, cuando el bus paró intempestivamente y subió un oficial de Homeland Security. «I need to see some ID’s«, nos ordenó, con ese tono de tombo gringo, que aguanta la respiración y escupe ruidos cortos, aglutinados. Yo saqué mi pasaporte y sonreí. Me miró. Me volvió a mirar. «Pe-ruh«, sonrió. «What brings you to America?«, indagó. «I’m going to a concert in Orlando the day after tomorrow«, le dije entusiasmado. Me devolvió el pasaporte sin mucha ceremonia y siguió su recorrido por el bus, que terminó con el arresto de dos jamaiquinos. So dramatic. Jake me guiñaba el ojo moviendo la cabeza.

Volvimos a conversar, ya sin las interrupciones del tipo de adelante. Me dio un audífono de su iPod y me enseñó lo nuevo en su colección. Luego me dejó buscar lo que yo quería. Se puso un hoodie azul, se echó la capucha encima y, ya que yo seguía antento todos sus movimientos, me miró y me sonrió. ¡Qué lindo era! Estaba hechizado. Seguimos escuchando música hasta la siguiente parada. El anciano chofer anunció que teníamos 15 minutos para ir al baño, comer, caminar o fumar. Acto seguido, se bajó. «I’m gonna get something to eat, want anything?«. «I’m good, thanks«. «Oh, you can keep it ‘til I get back«, me dijo, señalando el iPod. Asentí, guiñó el ojo y se bajó. Lo miré por la ventana. ¡Tan flaquito!

Le di la vuelta olímpica a su iPod y encontré literalmente de todo. El gusto musical no revela la orientación sexual de una persona… pero se acerca un huevo. Madonna, las Spice Girls y… ¿La macarena? ¿En el iPod de un chico straight? Highly unlikely! Le di cien vueltas en mi cabeza como un lornaza. De pronto volvió, con unas grasientas papitas y una sonrisa. Se sentó bruscamente y me miró, apretando los labios, como un chiquito. «I’m not gonna finish this whole thing so you can have some if you like«. Piqué. Más porque me lo había pedido que por hambre. Volvimos a escuchar música, con breves diálogos entre canciones. «Si fuera gay, ya habría hecho algo», pensé. Súper pavo, yo tampoco hacía nada.

Estaba mirando por la ventana cuando sentí un golpecito en el hombro. «You want?», me dijo, poniendo un paquete de chicles en mi nariz. «Sure«. Al cabo de un ratito, pop. Silencio. Pop. Volteé a verlo, estaba haciendo globitos y mirándome. Morí. Empecé a hacer globitos yo también. No paré en todo el camino, incluso cuando él dejó de hacerlo. Cada vez que reventaba uno, él se reía, ¿por qué iba a parar? «So, listen, we’re gonna be in Orlando soon and, um, do you have a phone number or…?«, le dije. «Yeah! I was gonna say!«, me interrumpió riendo. Me dio su e-mail, teléfono y myspace (calculen qué vieja es esta historia). Antes de darnos cuenta, habíamos llegado a Orlando. Nos despedimos sin pena ni gloria.

En el taxi no podía dejar de pensar en lo churro que era. En lo straight que quizá era. En lo gay que era su iPod. En lo ricas que estaban esas papitas. En lo mucho que me gustó ese demi gileillo. En el papel con sus datos que tenía en el bolsillo. En la inocencia casi escolar que me contagiaba. En lo mucho que marcaba el taximetro. En muchas cosas, pero no reparé en la confianza y naturalidad con la que un completo extraño me había dejado todas sus cosas mientras bajaba a comprar comida.

En ese momento no lo pensé, pero en realidad era algo importante. Estoy seguro que él tampoco lo pensó, simplemente lo hizo. Quizá luego, mientras caminaba a lo que podría ser un Denny’s o un Wendy’s o cualquier diner de carretera, se detuvo a pensar en ello, no le dio mucha importancia y siguió. Yo tampoco y seguí girando mi dedo sobre Madonna, las Spice Girls y La Macarena. Pero esa confianza inexplicable que a veces te despierta un total extraño, tan fuerte como involuntaria, ahora me sorprende. Como dije, muy rico mientras duró, aunque fuera lamentablemente platónico. Por varios días, cuando comía un chicle y lo reventaba, sonreía como un idiota porque tenía su risa en mi cabeza. Pop, Pop, Pop, como una balacera sabor a plátano.

No hay calamidad sin Lima

Hoy me pasó una cosa que considero en extremo desagradable. Hice una buena acción. No, espérense, eso no me resulta desagradable, let me finish. Hice algo que todos deberíamos hacer, nada extraordinario, nada sorprendente. De hecho, sería exactamente lo que se esperaría de mí como ciudadano responsable y considerado, parte de una sociedad civilizada y primermundista. ¿Saben qué hice? Manejando a casa, pasé por el cruce de Salaverry con Alberto del Campo. La camioneta que iba frente a mí volteó a la izquierda con dirección al Golf de San Isidro, misma ruta que yo debía tomar. Para ir en esa dirección hay que cruzar la ciclovía de Salaverry. Ya que la persona que estaba delante mío ocupaba un buen chunk del camino, yo decidí quedarme más atrás, manteniendo libre una de las pocas vías para ciclistas que tiene esta ciudad. Un ciclista pasó frente a mí con total comodidad, el pequeño strip verde destinado para él estaba, in fact, desocupado. Luego tuvo que sortear a los otros cinco animales que esperaban del otro lado. No bien cruzó el ciclista frente a mi auto, un taxista que venía en sentido contrario me hizo señas. Quería que ocupe el metro cuadrado verde que estaba frente a mí. Dibujé con el dedo índice una línea horizontal imaginaria que iba y venía de izquierda a derecha, indicándole al taxista que había una ciclovía que no pensaba ocupar. Él me hizo la misma línea, pero hacia atrás, perpendicular a la mía. Entonces volteé. Aparentemente toda la avenida Salaverry me estaba tocando el claxon por no puntear a la camioneta que estaba delante mío. Yo no los escuchaba, Ellie Goulding me estaba susurrando Explosions al oído y nada más me importaba. Tuve que avanzar, se había generado un tumulto porque la gente que quería voltear no supo ubicarse a mi lado o mantener su carril detrás de mí y esperar su fuckin’ turno. No, todos tenían que doblar. Al mismo tiempo, además, así que ocuparon todo el espacio que pudieron y los que querían seguir de frente no podían pasar. Me llegó al pincho. Con crudeza me recordaron cuán lejos estaba de las sociedades civilizadas y primermundistas.

Mientras escribo esto, además, escucho a un enfermo mental gritando fuera de la ventana de mi sala «¡recontra chivo, rosquete!» y me sumerjo aún más en la desesperanza. La sala de mi depa no es ajena al griterío alcoholizado del mamado local. La ventana da a una callecita conocida de Miraflores donde hay un par de bares de exagerado décor. Pero hay que aplaudir el timing de este simio para lanzar su homofóbico repertorio. Justo cuando estoy reflexionando sobre la sociedad retrasada en la que vivimos. Pensando «quizá estoy siendo muy duro con Lima». BOOM! Homophobic slur slaps sense back into me. No, no estoy siendo duro con Lima. Vivo en una ciudad donde hay (¿dos?) ciclovías que imponen cero respeto para el conductor promedio y donde alguien que está borracho un martes le grita a Godney sabrá quién de «marica» para abajo. Pero to each their own, right? No es mi problema, ¿no? Aunque debo reconocer que me sentí tentado a responder «¿sí, diga?» desde mi ventana. However, estoy en pijama y si voy a ponerme mi confrontational weave tengo que verme fabuloso, como para recordarle a esa pobre criatura salvaje exactamente who runs this motha.

Yo no soy un conductor modelo y lo admito. De hecho, si estoy apurado, soy una bestia y me cago en la vida. No obstante, mi resolución de año nuevo para este 2013 fue precisamente ser less of an asshole con los peatones. Ahora, he extendido mi resolución para que acoja a ciclistas. De hecho, cuando salgo a correr por el malecón, hago mi mejor esfuerzo por nunca pisar la franja roja separada para ellos. O sea, hago un esfuerzo consciente por no cagarlos ni cuando voy a pie (aunque, amigos ciclistas, es difícil no usar la franja roja cuando hay tanta vieja cojinova que se arrastra por donde uno quiere correr, you’ll have to excuse me if I step out from time to time). Me cuesta, pero lo estoy logrando. Si veo un cruce que no tiene semáforo, dejo pasar a quienes estén en él (ojo, si hay semáforo lo respeto y espero lo mismo del peatón). Lo peor de todo es que cruzan con miedo, corriendo, «aguantándote» con la mano, mirándote de reojo o peor, con odio porque les acabas de recordar a todos los hijos de puta que nunca les dan pase. Me llega al pincho. Algunos te agradecen con una sonrisa o un ligero asentimiento de cabeza. Eso me encanta. Es absolutamente innecesario, porque ellos tienen la prioridad y yo solo estoy haciendo the decent thing to do. Pero igual me gusta mucho porque me hace pensar que mi mamá estaría orgullosa si los viera.

Si se dan cuenta, lo que estoy intentando hacer no es nada extraordinario. Es lo que se espera o debería esperarse de mí y de todos los demás. No entiendo por qué las ciclovías solo parecen ser visibles para los ciclistas. ¡No es el andén de Harry Potter, hijos de puta, está ahí, pintada de un color diferente al resto de la pista! ¿Qué les cuesta no ocuparla? ¿Van a llegar diez segundos más tarde al próximo semáforo? Gimme a fuckin’ break. Me siento tan impotente y decepcionado cuando veo este tipo de cosas. No porque sea particularmente sensible a las necesidades de los transeúntes y ciclistas, I could care less, sino porque es sintomático de algo inmensamente peor y de mayor repercusión. Piénsenlo bien. Detrás de la salvajada, en la mayoría de los casos, hay una absoluta y total ignorancia sobre lo que están haciendo mal. O sea, ¿ustedes creen que el conductor, taxista o microbusero que se caga en los peatones PIENSA siquiera en lo que está haciendo? Solo lo hace, es parte de cómo funcionan las cosas, es lo que es. Debo asumir que, en teoría, sabe que está mal. O sea, tendría que haberlo paporreteado para dar el examen escrito, aunque sea. Sino no le habrían dado el brevete o eso quiero creer. Pero si lo supo alguna vez, ya lo olvidó. Hoy ni siquiera repara en ello y si intentaras hacerle entender, no podría. La ignorancia ha echado raíces tan profundas en el cerebro colectivo de esta sociedad que ya no puede ni razonar. Ha comprometido el nervio óptico, la ha dejado literalmente ciega al error. Y esto se aplica a tantas otras cosas que sí me afectan y sí me importan, como que se fume todavía en lugares públicos o que las mujeres no puedan caminar tranquilas por la calle o que haya un imbécil gritando «rosquete» debajo de mi ventana. Nadie piensa en nada, nadie cuestiona nada, nadie puede retroceder en sus argumentos más allá de la Biblia. Sin huevadas, es desolador. Lima presta sus cuatro letras a la calamidad, enteritas… y en noches como esta me parece casi imposible que cambie de mentalidad. Pero, ¿saben qué? No hay de otra. A los animales salvajes se les doma a golpes, a la mala, y si las bestias quieren guerra, guerra les voy a dar. Pero con baile. Súper marica.

Encore une fois, WHO RUN THIS MOTHA!!!!!!

 

Joy

«I think of dying all the time, but I’ve got joy to take my side».
Joy – Ellie Goulding

 

 

Desde que tengo uso de razón he sido muy consciente de mi propia muerte. No la he buscado y muy pocas veces la he deseado, pero siempre he sabido que está ahí, caminando a mi lado, esperando que me descuide para llevarme al otro lado. Quizá mi mamá no debió hacerme sentir tan frágil, no lo sé. Creo que yo era el único niño que conocía que llevaba siempre una muda de ropa por si sudaba, «me daba el aire», se desataba mi asma y moría (la cadena de hechos tal cual me fue indicada). Tal hiperconsciencia de mi precario estado de salud hoy me parece innecesaria. Dudo que me haya salvado la vida. Aunque recuerdo algunas madrugadas desesperadas y las carreras al hospital, así que quizá mi asma sí era kind of a big deal y yo sencillamente lo he reprimido u olvidado. No lo sé. Tampoco sé qué tan útil era para mi niñez saber que ya me habían operado del estómago y del corazón antes de los cuatro años. Siempre me hizo sentir extraño. No me preocupaba (porque no lo entendía del todo), pero ya no me sentía infinito. Los niños llevan la fecha de caducidad en la nuca. No tienen como descubrirla a menos que alguien se las diga. Creo que lo mejor de ser niño es precisamente no tener conciencia del tiempo o el peligro, jugar a los superhéroes y creérselo. Me pregunto si habría sido una persona completamente diferente de haber sido (o creído ser) un niño sano.

Igual, ¿cómo podría culpar a mi mamá si se la puse difícil desde el día uno? Para empezar, mi cumpleaños debió haber sido el 4 de setiembre (quienes sepan cuándo es realmente deben estar boquiabiertos ahora). Pero por algún motivo, me rehusaba a nacer. No contento con eso, busqué prevenir cualquier intento de desalojo enrollándome el cordón umbilical alrededor del cuello. So dramatic, right? Según yo, súper profético, hasta que lo googleé y descubrí que la tercera parte de los fetos que vienen al mundo tienen este problema. However, a diferencia de varios de esos mocosos, cuenta la leyenda que mi cordón daba tres vueltas completas y no tenía pinta de querer ceder. So, basically, un parto natural hubiera sido mi marcha al cadalso y hubiese salido performing the Hungarian disappearing actPero mi mamá tenía otros planes para mí, así que después de varias semanas  y con ayuda de la ciencia, me sacó a la fuerza un 19 de setiembre. Casi tres décadas más tarde, mis cirugías y variopintos accidentes han sido superados; mis huesos rotos, enmendados; mis partes falladas, corregidas y mi asma, desterrada. Podríamos decir que soy un adulto casi funcional. Sin embargo, a veces creo que nunca pude sacudirme la soga imaginaria del cuello.

Siempre pensé que tenía que haber alguna razón para salir victorioso ante tanta adversidad. Algo o alguien quería que me quede. Claramente mis papás jugaron un papel importante al no dejarme morir en sendas ocasiones, pero eso no podía ser todo. Tampoco podía ser mi hermana, que una vez me sacó del mar cuando me estaba ahogando (estúpidamente, además, porque no estaba that far in, solo que no me podía levantar). No, tenía que haber algo más. Cuando era un buen niño de colegio religioso pensaba que «Dios debía tener un plan para mí». Ahora que la religión y yo nos hemos separado por diferencias irreconciliables, no me preocupo tanto por planes divinos. Pero sigo pensando que, incluso si estoy acá de pura casualidad, debería hacer algo «más», algo que valga la pena, ¿no? La pregunta es… qué. Claramente, no lo estoy haciendo, sino me sentiría más satisfecho, ¡¿no?! Hoy alguien a quien quiero mucho (y me apena terriblemente que no sepa cuánto) me hablaba sobre un tema que «le apasiona». Yo no siento lo mismo sobre ese tema. Or any other subject for that matter, ¡¿por qué?! Otra vez siento el cordón umbilical enrollado en el cuello y la presión por encontrar una pasión antes de caminar hacia la luz. But being in perpetual ennui is very time consuming! No me deja tiempo para mucho más. ¡¿Entonces, qué hago?!

I. BITCHSLAP. MYSELF. ACROSS. THE FUCKING. FACE.

A veces uno tiene que obligarse a dejarse de huevadas y estar bien en donde está. Es, como, ya basta, cállate and just let go. Quizá soy el peor del universo y no me apasiona nada y solo veo negro, pero tengo que confiar en que algún día encontraré mi «true calling«, if I just chill the fuck out. No quiero ni puedo estar pensando todo el tiempo en lo que vendrá o «debería venir» después. Estar vivo hoy en día it’s a miracle in itself y es suficiente para estar contento. Con todo lo que he hecho, todo lo que he visto, todas las veces que me reí hasta las lágrimas o que grité de felicidad en algún festival, toda la gente que me ha querido y me quiere aún… ¿de qué me preocupo? Ya hice algo, estoy haciendo algo. No sé por qué me enredo pensando en lo que «debería» hacer. I already got joy, aunque a veces lo olvide. El resto se ocupará de sí mismo si tengo un poco de paciencia y dejo de cagarla en el camino.

 

All these feels…! [o el por qué de mi obsesión con los festivales]

A mi hermana, quién lo diría.

 

¿Han escuchado eso de «alguien ya lo dijo antes y mucho mejor»? Pues, yo soy un firme creyente de ello. No porque crea que todo tiempo pasado fue mejor o que no hay creatividad en el siglo XXI. Simplemente he encontrado que cada vez que quiero expresar algo,  alguien ya lo hizo de una forma más certera, bonita o elocuente. En parte es una mierda, porque me derrota como escritor, pero también me reta a encontrar el turn of phrase adecuado para cada situación (y no hay nada más rico que encontrarlo). But I digress… lo que realmente quería discutir es mi relación con la música. Bear with me, it will all make sense in a second.

Para serles sincero, no recuerdo mucho de mi niñez. Recuerdo que mis padrinos, a quienes no he visto en décadas y cuyos nombres ya olvidé, me decían que «hablaba como viejo» (lo que me hace pensar que probablemente nunca tuve una). Recuerdo fiestas de cumpleaños, juguetes, a mi primo, amigos de colegio, sí, todo eso. Recuerdo haberme divertido, haber jugado y reído, pero también recuerdo sentirme fuera de lugar la mayor parte del tiempo. No me encontraba con los niños de mi edad y paraba con gente mayor que yo casi todo el tiempo. El problema con eso es que yo era mucho más inocente que todos esos chibolos que se las querían dar de pendejos. Ultimately, tampoco me encontré entre ellos y me ensimismé cada vez más. Lo cual, déjenme decirles desde ya, it’s not a bad thing. Ser introvertido no es un crimen ni algo que compadecer. Lo único que no me gustaba era sentir que no había nadie que pensara o se sintiera como yo. Then music happened.

Si bien mi hermana no es Zooey Deschanel en Almost Famous y no hemos sido particularmente cercanos desde hace muchos años, ella fue quien me abrió los ojos a través de los oídos. Escuchaba música con ella, en la radio, cuando éramos chicos y más amigos. Nos gustaba casi lo mismo porque, básicamente, nos gustaba todo. Ninguno tenía preferencias en esos años. Salvo por el latinoide que odiábamos con pasión (ahora ella escucha pachanga, por ejemplo. Creo que nuestra relación murió right there and then, jajaja). MTV y la movida alternativa era todo en nuestra vida, pese a que ninguno hablaba muy bien inglés in the early 90’s. Con su bendición (y la plata de mi mamá), compré mi primer CD a mediados de 1996, pero antes de eso, ella ya me había hecho el mejor regalo del mundo: un atado de cassettes copiados – sí, cassettes, coño – que ella ya no quería o ya tenía, no recuerdo. Entre ellos, To the faithful departed de The Cranberries, que había salido recientemente, y Jagged little pill de Alanis Morissette, lanzado el año anterior. Mi vida cambió para siempre ese día. Encontré en los acordes lo que nunca pude expresar con palabras y, posteriormente, cuando mi inglés se hizo más potente y estas mujeres siguieron lanzando discos, encontré en algunas letras todo lo que siempre había querido decir sin éxito.

Desde ese momento en adelante, la música fue mi mejor amiga y me sacó de secundaria en una sola pieza. Tenía amigos reales, sí, pero no sentía una conexión tan fuerte con ellos. No la necesitaba. A esas alturas ya tenía a Tori Amos, PJ Harvey, Björk, Fiona Apple y cuanta mujer con micrófono se me puso por delante. Ellas me ayudaron a reconocerme, a salir del hoyo. Tenía a Garbage, Green Day y The Smashing Pumpkins para mis ratos de rabia. Tenía a No Doubt y las Spice Girls para divertirme. No sé cómo explicarlo. Cuando eres chico y no te sientes «como el resto», puedes confiar en tus amigos hasta cierto punto, pero no al cien por ciento. A esa edad, hay cosas que no le cuentas a nadie y usualmente son las más críticas. Darte cuenta de que eres gay, por ejemplo. Estoy bastante seguro de que mi proceso de auto aceptación fue menos traumático por todas esas bandas y solistas que se sentaron en el suelo conmigo, cuando estaba solo en mi cuarto preguntándome «por qué a mí». Todos, a su manera, me dijeron que no tenía nada de extraordinario y que deje de ser tan cabra. O sea, imagínense cómo me sentí cuando descubrí a Placebo. Uf, ¡qué paja fue! Quería pelearme con el mundo. Take on every hater, out, proud and vicious. Y ni hablar de cómo me sentí cuando, después de mi peor break up (first gay break up, obvio), me estrellé de casualidad con un señor que preguntaba a voz en cuello «¿por qué vienes cuando sabes que hace todo más difícil para mí? ¿Por qué llamas por teléfono y por qué me mandas notitas tontas?». Tipo, creo que ese día me bajé toda la discografía de Morrissey y lloré como si hubiera encontrado a mi alma gemela.

Vivir en Perú, sin embargo, posed a problem. Hasta 2003, cuando vino Alanis por primera y única vez a Lima, NINGUNO de mis amigos me había visitado. De hecho, la Alanis que me visitó no era la que yo recordaba. Era una Alanis post Under Rug Swept y pre So-called Chaos, o sea, más sosegada y con el pelo corto. Pero bueno, seguía siendo la misma mujer que me enseñó que a veces era inevitable disecarlo y descomponer todo y que todo lo que realmente quiero es algo de paciencia para calmar mi voz iracunda, así que fui y le aplaudí desde la tercera fila de la Explanada como nunca le había aplaudido a nadie. Entonces me di cuenta que todos esos años habíamos mantenido una amistad por correspondencia y eso se aplicaba a absolutamente toda la música que amaba. Todas esas canciones eran correos que ellos me mandaban y que yo leía con mucha atención en la oscuridad de mi cuarto. Escucharlas en vivo era como tener una conversación real, ¡porque finalmente ambos estábamos ahí! Después de eso, nada volvió a ser lo mismo. Sí, todavía amaba escuchar música en mi cuarto y aún me ayudaba, pero los CD’s eran pastillas y los conciertos, una inyección. Pensaba mucho en eso, pero no con seriedad.

El último semestre de 2004 experimenté varios golpes que no voy a detallar. Suffice to say I was at my lowest. Finalmente llegó el verano y decidí sacudirme la depresión viajando un mes a Miami. Tenía algo de plata ahorrada de mi chamba en la universidad y mi mamá me puso el resto. Two weeks in, I was bored out of my skull. Tenía 20 años y no era legal. Entrar a juergas era casi imposible por mi cara de bebé. Jailbait, as they say. Me tenía que contentar con ir a la playa y gilear un poquito con algún surfista churro. Entonces recibí un newsletter de toriamos.com anunciando una firma de autógrafos en Nueva York. Me quedaba un huevo de bolsa de viaje porque, además, había retomado mi discreta anorexia y no había gastado nada en comida. And so, I kissed my aunt good-bye y me largué a Nueva York. Me encontré con un amigo que andaba por allá, paseamos, nos reímos, me acompañó a conocer a Tori y me tomó las fotos de rigor… uf, no. Fue genial. Pero me quedé con ganas de más. Básicamente, me repetí a mí mismo ochenta veces «¡por qué coño no cantó!».

Hasta este punto en el relato, han pasado dos cosas cruciales que cambiaron el juego. Repasemos: 1. Fui al concierto de alguien que realmente había amado por años. 2. Viajé sin miedo alguno a buscar a alguien más, que también había amado por años. En 2007, pasó la tercera: ganaba mi propio dinero. Ya trabajaba en la universidad como asistente de la Secretaría Académica y ganaba algo de plata, pero además hice mi primer freelo como camarógrafo para una activación BTL en la agencia de mi hermana. Fue la cosa más espantosa yet divertida que jamás he hecho y con el jugoso cheque que me dieron ese Marzo y lo que tenía ahorrado de la universidad, decidí combinar todos los elementos e ir en busca de mis amigos. Me fui a Chile con una amiga a ver a Placebo (original lineup, además) y la experiencia fue tan increíble que ya no pude parar. Fue como respirar hondo por primera vez. No podía entender por qué me había conformado con respirar normalmente cuando podía llenar mis pulmones hasta reventar. Si hubiera sabido que esto era una opción, habría trabajado desde los doce años, creo…

Así es como todo empezó, amigos. Después de ese concierto, 30 de marzo de 2007 (jamás lo olvidaré), literalmente ya no había quién apague el incendio que se originó en mí. Quería verlos A TODOS y no me detendría ante nada. Ese mismo año, tras solo un mes en mi nuevo trabajo, hice maletas otra vez y emprendí un roadtrip por todo Florida para seguir a mi diosa absoluta, Tori Amos. No conocía a nadie, no tenía hospedaje, no tenía carro, no tenía nada, solo mis entradas y la férrea determinación de llegar a todos los conciertos. Me lancé a la aventura e hice amistades increíbles que mantengo hasta el día de hoy y fue, quizá, el mejor viaje de mi vida. Hice todo lo que mi mamá me dijo que nunca haga: me subí al carro de extraños, dormí en casas de perfectos desconocidos, me quedé en hoteles random al lado de la carretera, me metí a hot tubs calato con varios hombres y mujeres y CONCHA SU MADRE, NO PUEDO DEJAR DE SONREÍR ESCRIBIENDO ESTO. It was fuckin’ EPIC. Nunca me había divertido tanto en toda mi vida.

¿Cómo te detienes cuando vives algo así, pues? I just couldn’t and still can’t. Soy un adicto, literal. En 2008 me fui a Argentina a ver a la Reina, Madonna, y regresé al año siguiente para ver a Lily Allen en mi cumpleaños. En 2009 también fui a California a ver a The Cranberries y a mi novio, Morrissey. No podía con mi alma. En 2010 me fui al festival Corona Capital de México a ver un puñado de bandazas, que incluían a Metric. Eventualmente Metric canceló y los odié por casi un año, pero pude ver a Regina Spektor, James, The Temper Trap, Two Door Cinema Club y varios más en primera fila. En 2011 renuncié a mi trabajo y me largué casi dos meses a California (una de las mejores cosas que he hecho en mi vida, creo). En esas seis semanas de absoluta felicidad, experimenté LA MADRE de todo: Coachella… y creo que nunca he sido tan feliz (as evidenced by this photo). La cantidad de conciertos que vi en esos tres días fue obscena: Robyn, Ellie Goulding, PJ Harvey, Scissor Sisters, Suede, Mumford & Sons, Broken Social Scene, The National, tipo… lloro de solo recordarlo. El sol, la música, la gente, los churros, los amigos. I CAN’T. En diciembre de ese año, decidí hacerle otra visita a Tori. La perseguí por Nueva York, Washington y Boston. El 2012 fue el año de las sacadas de espinas. Tras la cancelación del Planeta Terra Lima, me cagué en todos y me fui a Chile a ver a Garbage. A mí NADIE me cancela. Y hablando de eso, ese año también vi a Metric en Miami. De hecho, convencí a la siempre super trooper Miryara para aventurarnos por la Florida y vimos también a Florence + the machine y Fiona Apple. Más tarde ese año nos volvimos a largar, esta vez con más amigos, para ver a Madge hacer sus pasos de viejita en el MDNA tour en Buenos Aires. Simplemente increíble.

Para mi buena suerte, Lima hace ya un buen tiempo pasó a ser un destino musical importante y mis conversaciones con estos amigos se han hecho más frecuentes y menos costosas. Pero, evidentemente, aún estamos lejos de ser parada obligatoria para muchos de mis mejores amigos, así que a ellos todavía salgo a cazarlos. En lo que va del año, como ya saben, asistí a mi primer festival europeo y me reecontré con viejos amigos e hice algunos nuevos (I’m looking at you, Nelly!). No puedo ni quiero parar, así que mi siguiente festival is already in the works y, de acuerdo a su sitio web, en este preciso instante, estoy a solo 109 días, 16 horas, 14 minutos y 26 segundos de toda esa felicidad… Summer in Montreal? Trust me, I’m counting. Esa es la historia, amigos. Al menos hasta el día de hoy. Quién diría que sería mi hermana la que empezaría todo esto. ¡Si la concieran, dirían #KHA…!

 

Let’s just be human and mind our own damn business!

Una vez escuché, no sin reírme internamente, que «gay is the new black«. Estoy casi seguro que era una especie de afirmación positiva que muchas cabras se repetían a sí mismas para sentirse bien consigo mismas y de toda moda. Algo así como cuando ponen Born this way en cualquier antro gay (¿en el 2013, really?). Pero para alguien un poco más cínico como yours truly, también podía referirse a que somos de hecho los nuevos negros, los oprimidos del siglo XXI. Tal vez algún día tengamos a una Rosa Parks de ambiente que arme un escándalo en el Metropolitano, abra la puerta hacia una vida maravillosa de derechos y cositas, y la opresión pase a la siguiente minoría du jour. ¿Quién está en cola? Los mormones, creo, ¿no? He visto un culo de anuncios suyos en Facebook. Asumo que están súper cerca a su big break en el Minority Idol.

But anyway, independientemente de lo que signifique realmente esa frase, quien tome partido por una u otra lectura tendrá la razón. ‘Cause gay really is the new black. Tanto por la estereotipada popularidad como por la discriminación y ahí yace mi problema, lo que me impulsa a escribir esta entrada. ¡Estoy podrido de lo gay! No puedo escuchar más sobre el matrimonio gay; si veo ese fucking signo igual en Facebook una vez más, me va a estallar el cerebro; si veo otra pareja gay esforzándose absurdamente por ser una pareja straight de 60 años, voy a perder el norte; y si escucho a otro hetero autoproclamado de mente abierta preguntar «¿quién es la mujer?», me haré bolita en el suelo y esperaré la muerte.

Enough! Gays are people, too! No los miren y ya está. Creo que ningún gay les dirá que quiere sentirse estudiado todo el tiempo o que exige un trato especial. En mi caso, por ejemplo, su opinión me vale gorro, no quiero su atención ni vivo para satisfacer su ignorante curiosidad (nunca falta la zancuda que quiere llamar la atención y corre gritando con la tiara en la cabeza, pero ese es su problema). ¿Por qué les cuesta tanto dejar el tema en paz? «Why can’t they back up off me, why can’t they let me live?» (Only Lindsay knows my pain, tbh). No hay nada peor que tener al mundo entero diciéndote lo que opina de tu vida amorosa/sexual, ¡o si deberías tener una, siquiera! No es tan interesante o diferente de la suya como para que se rompan el cerebro tratando de disecarla, amigos straight. Tipo, basta. We’re all human. We’re only human.

And If I’m completely honest, el matrimonio gay me hincha las bolas. Yo vivo en Perú y aquí aún no se va a dar. Incluso si lo proponen, no se dará. Incluso si hubiera un referéndum al respecto, no se daría. O sea, hasta yo votaría en contra. ¡De qué coño sirve que se reconozca en el papel, si te siguen viendo raro cuando eres hombre y dices «mi esposo»! Una ley aprobada no vale nada en una sociedad que no está lista para acatarla. Supongamos que me caso (say, with astronaut Mike Dexter) y estamos paseando en la calle, lindos y enamorados como los newlywed que somos, ¿ustedes creen que la sociedad peruana nos mirará, sonreirá y celebrará nuestro amor? Bitches, get real. En el futuro, cuando toda la generación del ’50 esté muerta y solo queden algunos animales de feria de mi generación, las cosas serán más prometedoras. Porque incluso si los haters no han sido erradicados al 100%, por lo menos serán una minoría y les dará roche admitirlo. Sus hijos son la clave, espero que lo sepan.

Lo mejor de todo es que ni siquiera les tienen que decir «está bien, gay is good«. No se trata de reventarle bombos y platillos. Solo enséñenles a ser tolerantes. Basically teach them not give a fuck. Así de simple. Eso es algo que pueden hacer por sus amigos gay, no cambiar su puta foto de perfil «apoyando la causa». Changing your profile picture is not activism! ¿Cuántos perros callejeros han salvado sus posts de perros sin ojo y con tres patas? ¿Y cuántos autogolpes han detenido cada 5 de abril desde hace 20 años con sus estatus de «nunca más»? No sean ridículos y hagan algo útil por su vida, oye. Por último, no tienen que esperar que llegue la prole para iniciar el cambio de mentalidad. Pueden empezar con ustedes. Todo bien si dejan de decirle a sus patas «oe, no seas cabro» cada cuatro oraciones, por ejemplo. O si dejaran de reírse babosonamente con sus amigos cuando ven a alguien que parece gay. «Oye, mira, mira, ja, ja, uga, uga, yo hombre bestia». Además, estoy segurísimo de que tienen algún familiar homofóbico al que pueden ilustrar sobre cómo los gays no planean extinguir la humanidad ni acelerar el juicio final o resucitar a Hitler.

But it’s not all the breeders’ fault, hay unas zancudas que provoca estamparlas contra la pared, pero será materia de otra entrada. And on a completely unrelated matter, aprovecharé que estamos hablando de lo gay para brindar mis descargos sobre un ~temita~. Aparentemente ya le di la vuelta al círculo las suficientes veces como para que mis former significant (and not-so-significant) others están saliendo los unos con los otros. Let me set the record «straight»: todo súper bien conmigo, así que cálmense, cabras and fag hags. De hecho, no tenía nada que decir al respecto hasta que recibí una llamada telefónica que me hizo pensar que se estaba discutiendo cómo me habría «afectado la noticia» and I will not have that. I haven’t seen either one of these bitches in, like, a decade so it’s safe to say we’ve all moved on and remain friends. No tengo ninguna opinión al respecto porque no es asunto mío y no, no estoy histérico ni haciendo brujería en mi casa. Les deseo a todos mis ex salientes, crushes o lo que hayan sido, una vida plena en la que yo no tenga nada que ver, jajaja… sigan con sus vidas sin preocuparse por mí, por favor, ‘cause I’m certainly not worrying about you! Sé lo que dice Gretchen Weiners, partial Spring Fling Queen and Toaster Strudel heiress, y estoy de acuerdo hasta cierto grado… pero esto no es Mean Girls, estúpidas, grow up! jajaja #loveya #xoxo

Un gato

Hace algunos meses, conocí a un gato. Vivía en Miraflores, junto a una construcción. Como todo gato, era (y sigue siendo) ferozmente independiente. Evidentemente un gato callejero, techero, pero tan hermoso y bien cuidado que bien podría ser un príncipe felino autoexiliado. Los ojos celestes más lindos, la melena rubia, flaquito y elástico. Me encantó desde que lo vi. Pero ya saben cómo son los gatos. Les gusta que los acaricies, pero realmente no tienen dueño. They keep you around, nunca al revés. Además, este era un gato del mundo, le pertenecía a las calles y a sí mismo. Si hubiese querido llevarlo a casa, no me habría seguido. Si me hubiese seguido, no se habría quedado. So I made up my mind long before I approached him. I would pet him and let him be.

Los gatos me fascinan, siempre fue así. Tengo una conexión muy especial con ellos porque son un reflejo de mi propia personalidad. Pero yo soy un gato casero, me gusta que me quieran. Me gusta tener a alguien que me da lo que necesito y a quien ronronearle o ignorar olímpicamente cuando me da la gana. Así que, como gato que soy, sé perfectamente cómo aproximarme a uno. Me acerqué, me agaché y extendí una mano. Él se acercó sin dudar. Nunca duda, ni cuando cruza la pista. Lo acaricié un ratito y me fui. Para ese entonces ya no tenía a mi gato, así que necesitaba un poco de interacción felina. Esto ocurrió en varias ocasiones y poco a poco me fui encariñando con él. Pero siempre se iba. Desaparecía y regresaba semanas después, con cicatrices y marcas, pero siempre feliz. Una vez incluso volvió con los bigotes chamuscados, pero ronroneaba como si nada. Esa es la vida del gato techero and that’s how he rolled. I was fine with that. Es bueno no preocuparse demasiado.

Truly bonding with a cat, however, is a tricky business. Nunca sabes realmente lo que piensan o sienten por ti. Les gustas, claro, se divierten contigo, disfrutan tu compañía y reconocen que eres amigable y vale la pena quedarse un rato, sino no estarían allí. Pero no van a detener su camino por mucho tiempo. De hecho, este gato no lo hizo. Solo lo vi algunas veces más. Incluso me siguió a casa un par de veces. Jugamos, me mordía, yo lo acariciaba, juntábamos las cabezas, standard cat play. Su pelaje era tan cálido, siempre me sorprendía. ¿Hubiera querido conservarlo? No lo sé. Sí, quizá. Es, después de todo, el gato más lindo que he visto. Pero no creo que la transición a gato casero hubiese sido buena para él. No la habría aceptado, tampoco. Así que quizá ya no nos divertiríamos tanto. Me consideraría un carcelero más que un compañero gato y eso sería terrible para ambos. No me entendería (porque con los gatos no se puede razonar). No podría explicarle la diferencia entre una jaula y un hogar, que valgan verdades a veces la hay y a veces no.

Entonces, ¿qué? Apreciar al gato por lo que es, no por la mascota que yo quiero que sea. There are still wild, beautiful things out there and they will do what they’ll do. Te dejarán pasear con ellos, pero si lo tuyo no es lo suyo, eventualmente ambos tendrán que dejarse ir. Difícil, sobre todo con gatos tan lindos que solo te provoca acurrucarte en la cama y no salir jamás, pero no imposible. Por ahora extrañaré nuestros juegos hasta que lo vea de nuevo, porque con él nunca se sabe. Probablemente pasará un tiempo y regresará, con el pelo más corto o más largo, saltando feliz sobre sus patitas. I won’t hold my breath, pero si lo escucho maullar en mi puerta alguna vez, sin duda lo dejaré pasar. Además, imagínense si está lloviendo o algo.

PS: I was never talking about an actual cat.