Archivos Mensuales: abril 2020

Fugas varias

10 de abril de 2020

Se me están quedando varias cosas en el tintero porque no logro sintonizarme con las ganas de escribir.

25 de abril de 2020

Hoy tuve ganas de escribir por un momento, pero no recordaba ninguna de las cosas que supuestamente tenía que contar el 10 de abril.
Terminé Tiger King.
Hablé por teléfono.
Leí cosas horribles en Twitter.
Lo de siempre, in no particular order.

Es el día 41 de cuarentena (¿creo?). Han pasado casi dos meses desde que volví de Las Vegas. No sé cuándo podré irme de nuevo, pinta pésimo todo. Me he llenado de millas, puntos y travel vouchers que no me sirven para nada. La venta de la casa se cayó también, pin ta pé si mo to do.

Hoy no he pensado mucho en trabajar. Tampoco en culear. Ayer sí.
Ayer además dije que este era mi último año de vida en voz alta. Había estado en silencio un buen rato, mirando instagram, con la mente en blanco y solo salió. No sé si fue aliento, amenaza o anhelo. Me fui a dormir para no averiguarlo. Desperté al meme de un mapache desparramado en un árbol. «Me gusta dormir porque es como morir». Curioso. «Yop». Yop también.

Tuve ganas de escribir, pero terminé releyendo ese blog oculto del 2007. «Sin ruinas, sin monumentos, sin souvenirs». Me pasé. Me da vergüenza nivel Arjona, pero agradezco que exista. Es bueno recordarse. Qué hacen los que nunca escribieron un diario o similares, ¿ven fotos? ¿Les alcanza la memoria? Yo ya no me acuerdo de nada. En serio de nada.

El otro día vi que rojo más amarillo da naranja y me quedé estúpida. Sabía que lo sabía, pero antes de poder encontrar la información en mi cerebro, la información me encontró a mí. «Oy, de verdad…». Empecé a listar las demás combinaciones en mi mente. Rojo azul, morado. Blanco negro, gris. Amarillo azul, Thalia. Algo quería probarme a mí mismo, no sé qué.

Más llamadas. Mi pelo larguísimo en cámara. Hablamos de cosas serias de gente vieja y de cosas viejas de cuando éramos jóvenes. Me jaraneo. Se me va el día tomando whisky. Se me van los mixers tomando whisky. No me gusta el whisky solo. Solo me queda whisky.

Pongo Friends de fondo. No presto atención. Los bracitos de Giovanni Ribisi en toalla. Presto atención. Ahora sí pienso en culear. ¿Cómo será el sexo post pandemia? No he abierto Grindr en meses. ¿Por qué la gente hablaría con un desconocido que quién sabe si algún día se podrá comer? ¿Por qué la gente está empeñada en sobrevivir el Apocalipsis?

Lo estuve pensando en el almuerzo. Imagínense, por diversión, que esto es solo el comienzo y todo se pone peor. Tipo, arenal, ciudad en ruinas, holocausto caníbal. La película es siempre la misma, la gente quiere sobrevivir. Se enfrentan a los zombies, tratan de salvarse entre ellos, llevan sus provisiones al refugio subterráneo, algunos murieron en el camino. El instinto de supervivencia los mantiene vivos. Mi pregunta es para qué. Porque subsistir entre escombros e incertidumbre is hardly a living. Quizá ni siquiera están pensando en vivir, sino en ganar. ¿Y si el trofeo no vale la pena? Prefiero vivir bien a vivir mucho, concluí. Mi estofado no se manifestó ni a favor ni en contra.

He estado l o c a t z a todo el día. Todo el año. Y el pasado.
Y el Pasado.

26 de abril de 2020

Es domingo, no se puede salir para nada. ¿Sigue vigente esa restricción? Ha pasado tanto tiempo ⏤tantas reglas, extensiones, arbitrariedades⏤ que ya no estoy seguro de lo que sigue en pie y lo que no. Revisé la botella de whisky esta mañana para calcular cuánta agua tónica y mixer de manzana necesito. Le quedan un par de tragos bien servidos. Con suerte tres. Una latita de tónica y una personal de Aquarius should do it.

Estoy releyendo The Glass Essay de Carson en el jardín. Esta vez estoy tomando notas, cosa que no hice durante la maestría. Es gracioso porque, ~en estricto rigor~, ahora no me sirven. Mejor dicho, no hay un fin para esas notas ⏤porque Anne Carson siempre sirve. Lo hago porque un día me tomó el espíritu y ya está.

Mis treintas han sido los años más sexualmente productivos ⏤a propósito de nada. No sólo en términos de lo experimentado sino de lo retenido. Una educación de líquidos, cuyos orígenes o composición no cuestioné en mis veintes, la década a flor de agua. El cuerpo es profundo; el deseo se dispara del mismo núcleo que los sueños, flotan, se diluyen. «Dreamtails and angry liquids swim back to the middle of me«. El centro es oscuro, crudo, volátil. Ninguna de estas características tiene valores asignados, por cierto. Eso lo inventa la gente.

Hoy pensé en esa cualidad caníbal del deseo porque la sentí. Que expresemos lujuria diciendo que «queremos comernos» a alguien no es gratuito. Hay una fuerte asociación entre consumo y pasión (no en vano ese lugar común se escucha o lee en todos lados). Se lo mencioné a alguien y su perspectiva me causó gracia. Me dijo «amiga, ni una menos». Claro, la lógica predatoria indicaría que sólo uno puede ser «el que come» y, por ende, queda en pie. Pero yo me refería más a un canibalismo mutuo, en igualdad de condiciones. Algo como lo que Carson dijo sobre el final del amor.

«To see the love between Law and me turn into two animals gnawing and craving through one another towards some other hunger was terrible».

En este contexto es bastante triste. De cierta forma señala que uno siempre está buscando algo dentro de su pareja y nos empecinamos en excavarnos mutuamente hasta encontrarlo. Nos seguimos perforando, con más rabia, «por qué no tienes lo que busco», más resentimiento, «creí que lo tenías». Eventualmente terminamos atravesándonos por completo y no nos damos cuenta hasta que llegamos, con las manos vacías, al otro lado.

Es una imagen extraordinaria de devastación recíproca; pero también puede aplicarse a una suerte de consumo mutuo, menos emocional y más sexual. Precisamente lo que veo detrás de mis párpados, proyectado desde el centro, cuando experimento un deseo muy intenso por alguien. Un licuado de colmillos, baba, ferocidad, que viene desde ambas direcciones, que no va a parar hasta escupir los huesos.

Creo que es por el «craving through (…) towards some other hunger».
Cuando uno tiene más relaciones casuales que formales, la posibilidad de moverse hacia some other hunger nunca está muy lejos. Además la idea de que puedes crave your way through someone me parece hermosa (fuera de su contexto emo original).

No sé a qué iba con todo esto. ¡Pero puedo decirles dónde se originó! En la tarde vi un GIF de ese capítulo de Elit3 en que Arón Piper se disfraza de Rocky (Horror, not Balboa) y solo apreté los dientes y pensé «carajo, es que EN SERIO me lo podría comer». And here we are!

El cerebro humano, huevona.

Los Juegos del Hambre

1 de abril de 2020

Día número quién sabe del encierro.
Tal como se sospechaba, el presidente extendió la cuarentena en Perú otros trece días. Sé que fue hace poco pero no recuerdo cuándo. Tampoco sé en qué día vamos ⏤o en qué día estamos, for that matter.

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Son las 11: 51 pm. Estoy escuchando Take Yourself Home de Troye Sivan en repeat. Con seguridad este post no saldrá hasta muy pasada la medianoche, así que la fecha de publicación no coincidirá. Me enfurece porque soy muy Virgo. Saber que voy a publicar algo que diga «es 1 de abril» el 2 de abril me pudre por dentro. But we’re in it now. No puedo echarme para atrás.

Estoy aquí porque no puedo dormir. No por falta de sueño, aunque efectivamente no tengo sueño. Sino porque hace menos de dos horas bajé a la cocina y encontré arroz y salsa huancaína. Me dio flojera picar mis verduras y descongelar mi pollo para preparar la misma cena que, literal, siempre como. Mi ex enamorado se sorprendía de mi capacidad para comer siempre lo mismo. «Yo como porque tengo que», respondí. «No porque lo disfrute» (esto será importante después). Le eché la huancaína al arroz, le tiré un mega huevo «frito» ⏤compuesto por tres claras y dos yemas, sin aceite porque mi sartén es buena⏤ encima y me lo tragué. No podía irme a dormir aún. No así. Abro el vino.

Me acabé media botella, mi límite, hablando por teléfono con Chio hace un rato. Pasé a limonada y con la limonada sigo. Hace calor. Me acabo de sacar el polo. Troye sigue cantando. Evité mirar abajo al principio, pero hacer lo que no se debe siempre es más rico y más fuerte. Me miro, pero no me estudio. Es lo que esperaba encontrar, así que no necesito detenerme. Estoy bronceado de todos estos días de encierro bajo el sol. Un privilegio, lo sé. Estoy inflado de arroz y huancaína también. Cambiaría mi jardín privilegiado por genes privilegiados, que no se inflan nunca. Girls that eat pizza and never gain weight, never gain weight.

La semana pasada ⏤o antepasada, quién mierda sabe a estas alturas⏤ leí un artículo de Buzzfeed News sobre cómo la cuarentena está poniendo en riesgo la recuperación de personas con desórdenes alimenticios. Como dije en mi post anterior, me sentí mega identificado. De hecho, no fue hasta que leí el artículo que me di cuenta que se me estaban desbaratando las pilas del puente.

Adriano, a quien mencioné en el post y lo leyó, me preguntó si era en serio, si todavía los tenía. «Yo lo veo así», le dije. «Es algo que se supera, pero nunca se va». Me sorprendió que me pregunte porque pensé que lo sabía. Nunca he tenido mayor problema en hablar de esto y a veces, cuando uno no tiene problemas en hablar de ciertas cosas, cree que ya se las dijo a todo el mundo. Guess not! Pues bien, mi caso no es tan severo como el de las personas del artículo. No obstante, esa primera línea resuena mucho en mí: «On a good day, I don’t think about food much».

Toda mi niñez tuve esos genes privilegiados que nunca se inflan de los que hablaba. A los siete años me cerraba ropa de cuando tenía cuatro. La camisita me llegaba a la cintura y el short parecía de puta, claro, pero todos los botones cerraban. Mi hermana, que de chica era más propensa a engordar que yo, dijo alguna vez que ella debió tener mi cuerpo y yo el suyo. Me encantó saberme secretamente la regia de la familia. «Una alegría privada y cortita», como diría mi vv. Entonces llegó la pubertad y a la maldita se le cumplió el deseo. Todo se fue a la mierda.

Al principio no lo noté. Sabía que los adultos me veían diferente ⏤me atacaban con esas frases asquerosas, «está echando cuerpo», «está maceta»⏤, pero no entendía cuánto había cambiado realmente. Después de todo, no había engordado, me había ensanchado. Si hubiese sido un niño activo, hubiese sacado músculos en dos segundos. La carne estaba allí, lo que faltaba era el ejercicio y cómo odiaba hacer ejercicio entonces. De muy chico los deportes no me interesaban, de más grande entendí por qué. ¿Hay algo más aterrador para un pequeño gay que una pelota deslizándose hacia él y un «¡oe, pásala!» de algún hetero sin bañar? GAY PANIC.

Obviamente no puedo echarle toda la culpa a ser gay. Hay cabras que practicaron deportes en el colegio y straights que no jugaron nunca una mierda. Variedad, como todo en la vida. Digamos que, en mi caso, era 80% por gay y 20% por flojo. Quizá 70/30. Soy bien flojo y lo era aún más. But I digress. El punto es que no sabía que había subido de peso hasta que el hijo de una prima, a quienes jamás veía porque pertenecían al lado de la familia que de chico quería evitar porque era un snob de mierda, me lo dijo. «Un poco más y tienes tetas». Click. Fue instantáneo, el abrir de ojos. Fulminante.

Los siguientes meses emprendí una especie de anorexia DIY. No tenía mayor información al respecto ⏤digamos que internet no era lo que es hoy⏤, pero los principios son muy básicos. Si no comes, no engordas. Simple. Recuerdo que «mi mayor hazaña» fue desayunar un viernes antes de ir al colegio y no volver a comer hasta el desayuno del lunes. Fue sorprendentemente fácil. Regalar la lonchera del viernes, llegar a casa diciendo que ya había almorzado, no comer esa noche y salir todo el fin de semana a las horas de comer. Nadie se percató de nada y no estuve obligado a probar bocado hasta el lunes. Lo hice solo una vez y no hubo necesidad de repetir. Para entonces, ya había vuelto a mi peso «normal» a punta de ya comí’s y otras proezas menores.

Cuando recuperé mi peso, recuperé también mi cordura y mantuve ambas lo mejor que pude por varios años. Pero mi relación con la comida no volvió a ser la misma. Disfrutarla, en serio, como antes, me era imposible; mientras que todo lo que no debía hacer ⏤dejar de comer o limitar lo que comía⏤ me resultaba más natural. De hecho por mucho tiempo no sentí hambre. Tuve que reinstalar en mi cuerpo el mismo software que le borré. Me comprometí conmigo mismo a siempre comer mis tres comidas a la misma hora. Funcionó. Mi cuerpo recordó el hambre y en adelante no tuve que preocuparme tanto. Pero nunca dejé de pensar en la comida. No del todo. Como dije, es algo que, si bien se supera, nunca se va.

Algunos años más tarde salí del colegio a la universidad y, un buen día, el primer chico del que me enamoré, con quien tuve una relación clóset espantosa, me dijo muy suelto de huesos y al oído, «qué bueno que seas tan flaquito». Rodeó mi cintura con esos mismos huesos sueltos y concluyó: «porque es como abrazar a una flaca». Click. Se podrán imaginar la etapa que vino después. ¡Felizmente siempre he sido pésimo en matemáticas! Eso realmente previno que me vuelva uno de esos maniáticos que cuentan calorías, mi línea límite. Según yo, si caía en ese juego, estaba oficialmente enfermo. En fin, pasé todo ese tiempo pensando que si engordaba, me iba a dejar y me dejó igual. Volví a comer normal.

Salí de esa relación deprimido como la mierda, pero gay, muy gay. Uno de mis amigos de facultad salió del clóset casi detrás de mí. Se volvió mi mejor amigo y yo me volví más gay. Conocí a otros gays. Me volví re gay. Empecé a compartir mis experiencias de discriminación con esos otros gays, descubrí que tenía mucha rabia contra la matriz heterosexual. Me volví anarco gay. La empecé a pasar mejor y a tener sexo, así que dejé de preocuparme (tanto) por el enemigo heteropatriarcal opresor y decidí concentrar mis esfuerzos en la conquista homosexual. Me metí al gimnasio. Me gradué de gay.

Me costó al principio, pero rápidamente el gimnasio se convirtió en mi pasatiempo favorito y aliado número uno para controlar mis desórdenes. Sé que en cierta forma es cambiar un TOC por otro, pero no soy vigoréxico ni me inyecto esteroides, así que creo que esto es ene más saludable. No hago más de lo que puedo, no me siento obligado a ir todos los días y genuinamente disfruto mi tiempo allí. Sí, funciona como una especie de permiso. Ir regularmente me ayuda a sentir que «puedo comer lo que quiera», pero eso no quiere decir que si dejo de ir, dejo de comer. Me lesioné en noviembre del año pasado y casi no he ido desde entonces y aquí estoy, comiendo helados en Miss Cupcakes y ramen cada dos por tres. Pero saber que siempre puedo volver a entrenar, me recuerda que el peso sube y baja y que «todo estará bien». Salud 1 – Desórdenes 0.

Por otro lado, mi cuerpo de 30 no es mi cuerpo de 20. Conforme he ido envejeciendo ⏤y porque contraté a un personal trainer que me armó una⏤ he tenido que aceptar que la dieta sana es lo más importante. No podría estar tan campante sin ir al gimnasio desde el año pasado si no supiera que estoy comiendo bien. Al principio me obsesioné con la dieta y vi mis abdominales por primera vez, claritos como estas letras. Pero me había privado de varias cosas, así que relajé la mano y nos despedimos. Está bien, me gustaban pero hay concesiones que no estoy dispuesto a hacer. Con eso aprendí que yo decido qué quiero y con qué me siento cómodo. No TENGO que ser uno de esos conchasumadres perfectos de instagram, que encima tienen el cuajo de tomarse fotos comiendo pizza o desayunando panqueques. Igual si me provoca, me aplico con la dieta y el gym y me acerco. El punto es que ya no me engañan. Por más genéticamente bendecido que seas, sé que la pizza de esa foto es una excepción. Ese panqueque no es la regla. Salud 2 – Desórdenes 0.

La tercera pata de mi salud mental son mis amigos. «Yo como porque tengo que, no porque lo disfrute» le dije a mi ex una noche en Brooklyn. Era cierto. En cierto modo es cierto aún, pero he aprendido a disfrutarlo de nuevo. O sea, hay cosas que simplemente SON ricas. ¿Un lomo saltado (con papas Y arroz)? ¿Un pollo tikka masala? ¿una pasta cuatro quesos? DELICH. Pero cuando uno tiene una relación complicada con la comida, la culpa siempre está sentada en la silla de a lado. A menos que… alguien tome su lugar. Cuando me provoca comer algo como esto, que escapa de mi dieta regular, simplemente salgo a comer con alguien. No limito la frecuencia, porque siempre me provoca ver a mis amigos ⏤if anything, la billetera me limita más que mis issues. Pasarla bien mientras como me hace disfrutar lo que como. Sin culpa alguna, además, porque sé que es la excepción en mi dieta y que siempre puedo entrenar otro día. Salud 3 – Desórdenes 0.

¿Qué pasa ahora con el coronavirus? El artículo de BuzzFeed News señala que la cuarentena está desbaratando las rutinas y rituales de todo el planeta, pero en el caso de las personas con desórdenes alimenticios, estas son cruciales para su recuperación. Doy. Fucking. Fe. Si bien los casos del artículo son mucho más serios que el mío, compartimos la misma ansiedad. En este momento, los tres bastiones de mi salud mental con respecto a la comida ⏤ejercicio frecuente, dieta regular y amigos⏤ están trastocados por el encierro y estoy enloqueciendo.

Es cierto, no estuve yendo al gimnasio durante un buen tiempo y me he sentido relativamente tranquilo al respecto, pero cero gym no significa cero actividad. Antes de enclaustrarme, montaba bicicleta a todas partes. Salía todos los días por lo menos un rato y eso me daba tranquilidad. Ahora con suerte me dejan ir al supermercado cada cierto número de días. Además, desde que empezó la cuarentena global, el número de influencers de gimnasio y #fitspirations se ha multiplicado por toda la población. Hoy son una fuerza ineludible. ¡Quién hubiera imaginado que el mundo entero tenía un gimnasio en casa y que sentirían un llamado ético a compartir sus rutinas y recordarnos la importancia de ser productivo y mantenerse activo y bla, bla, bla! Esa presión extra no existía en mis días de solo montar bicicleta. Salud 2 – Desórdenes 1.

Asimismo, mi dieta se ha convertido en daño colateral de esta cuarentena, debido a un agente externo con el que no contaba: mi mamá. Mi madre, que andaba dando vueltas por Australia y alrededores, regresó a Lima justo a tiempo para la cuarentena y decidió pasarla en la casa conmigo, en lugar de ir al departamento de mi abuela, donde ha vivido los últimos años. Cuál es el problema, preguntarán. Pues que ahora hay elementos en la cocina que, cuando vivía solo, no estaban presentes. Como por ejemplo, el arroz y la huancaína que me tragué en la noche, cereales de chocolate o una cantidad ABSURDA de galletas de soda ⏤en serio, me ha forrado la casa de galletas de soda, ¡no lo entiendo!

Podrías controlarte y no comerlo, dirán y estarán en lo cierto. Podría. Pero antes no tenía que preocuparme por ello porque, sencillamente, no había alternativa. Mi casa solo tenía exactamente lo que yo comía y nada más. No había nada que pensar, solo que hacer. Cualquier otro antojo implicaba involucrar a Rappi, lo cual me hacía desistir con frecuencia. Ahora en cambio me encuentro con otras cosas que están fuera de la lista y me provocan. O peor, simplemente me vencen porque ya están preparadas y listas para comer, versus mis verduras sin cortar y mi pollo sin cocinar. ¡Es bastante más sencillo seguir una dieta cuando todo lo que tienes en casa son los ingredientes de dicha dieta! Ahora existe una nueva tentación, ya sea de sabor o conveniencia, que me obliga a hacer precisamente lo que no quiero: PENSAR en la comida. Salud 1 – Desórdenes 2.

Finalmente, la parte más obvia. Si estoy encerrado en casa con mi madre, bajo toque de queda y con Miss Rona corriendo salvaje, no puedo salir a comer con mis amigos y continuar con mi estrategia de disfrute gastronómico. Por el contrario, estoy aislado, intentando concentrarme en seguir mi fucking dieta y hacer ejercicios en mi casa de galleta de soda cada vez que veo a esas malditas cabras en instagram o me miro al espejo y me siento fuera de forma. Salud 0 – Desórdenes 3.

UGH. De verdad me llega al huevo. Me ha costado mis buenos años alcanzar cierta tranquilidad con el tema, llegar a una tregua con la comida, y siento que poco a poco esa paz se está yendo al diablo. La factura emocional se hace más cara con cada día de aislamiento y la real también, ¡porque me estoy tirando un huevo de plata en vino para olvidarme de todo esto!

Sé que no es la manera más sana de lidiar con mi ansiedad, pero cuando tus peores instintos son second nature… atontarse con un poco de vino, que además últimamente me da un hambre radical, suena como el menor de los males. Whatever keeps me from slipping right back into queen Cassie territory.