Archivos Mensuales: julio 2020

Happy Death Day 2U

Cuando publique esto habrán pasado exactamente dos años desde que dejé Nueva York —down to the very minute, pero con una hora de diferencia por la idiotez de Daylight Savings— y puedo decir con total seguridad que no he hecho NADA con mi vida desde entonces. No me he movido en ninguna dirección. No he intentado restablecerme en ninguna parte. Sé que he ido a festivales, visto a las Spice, manejado al revés —y casi muerto como consecuencia— en UK, y trabajado en los Juegos Panamericanos, arguably the highlight of my entire career (después de cuatro años de total ausencia). Still… se siente como nada.

Este día, que coincide desafortunadamente con el cumpleaños de una de mis amigas más queridas que aún vive allá, se mantiene enquistado en mi memoria, sus paredes luminosas y translúcidas. Puedo verlo todo en el reverso de mis párpados como si fuera ayer, lo quiera o no, y me hace cuestionar si he estado realmente vivo todo este tiempo.

Si hago como la mujer del Ensayo de Cristal y atravieso la corteza del tiempo con las manos para desenterrar este mismo día, dos años atrás, ¿qué le voy a sacudir de encima? Una capa de polvo, estos dos años. Una película fina de absolutamente nada. No tengo ni que meter la mano para extraer el pasado, basta con soplar esta casca de poquedad and there. it. is.

Con frecuencia he declarado que el recuerdo de mis muebles, mi dormitorio casi entero, abandonados en la vereda frente a 36 Sutton es la imagen más horrible de ese día, pero no es cierto. Todo era horrible; así que solo hice, no sentí. Me he entrenado toda la vida para no registrar los golpes más duros. Mi guardia es impenetrable y automática. Me atrevo a decir que ahora está incluso más allá de mi control. No sentí nada cuando los dejé. Solo lamenté no poder llevármelos o, en su defecto, recuperar algo de dinero por ellos porque estaban en perfecto estado.

La verdad no sentí mucho de nada cuando me fui. Me moví porque había que moverse. Desmantelé mi cama y la dejé en el sótano del edificio. Saqué mi colchón, cómoda, silla y escritorio a la calle. Regalé muebles pequeños, libros y cachivaches de cocina a los amigos que estaban conmigo. Llamé a cancelar cuanto servicio pude, excepto Spectrum que me pedía devolver físicamente el módem. No había contado con eso así que tuve que pedirle a Daniel, cuyo vuelo salía más tarde, que fuese en mi lugar.

Cerré mis maletas, me subí al Lyft y le pedí que se detenga en Manhattan Avenue. Había olvidado cancelar mi membresía en Crunch. Crucé la pista hacia el Citi, para retirar mi dinero y cerrar mi cuenta, pero estando allí no pude. Saqué un poco y dejé el resto, para un futuro desconocido. Ahí decidí tampoco cancelar mi celular. Volví al taxi y seguimos al aeropuerto. El conductor me habló solo un rato. El resto del trayecto fue música triste y calles conocidas y desconocidas reflejándose en la superficie endurecida de mi cerebro. Estaba agotado.

Cuando el vuelo de Nueva York a Dallas despegó a las 6:04 de la tarde, hora local, ya estaba dormido. No tuve que verme salir. Desperté en Texas y me moví porque había que moverse. Curioseé por el aeropuerto, me tomé algo y cambié de avión. Cuando vi una nueva ciudad tenderse bajo mi ventana, no sentí nada. No solo por mi entrenamiento en entumecimiento selectivo, sino porque no había nada que sentir. No tenía ninguna relación con Dallas, no me importaba irme de allí.

Pensé en todo esto hace poco. Mi laptop, la primera compra grande que hice cuando me mudé en 2015, se colgó hace un par de días. La cerré por frustración, sin pensar nada de aquello, y luego de un rato la vi dormirse desde mi cama. Cuando regresé a ella, seguía dormida. Cuando apreté enter, seguía dormida. Cuando apreté on, con confianza primero y presionando después, seguía dormida. Cuando apreté control, option y shift por varios segundos, seguía dormida.

Cuando empecé a desesperar y seguí las instrucciones de Google para forzarla a despertar, seguía dormida. Cuando la llevé al iShop al día siguiente, seguía dormida. Cuando volví a casa —con una cita programada para dentro de 17 días— seguía dormida. Ahora que escribo esto desde mi MacBook de 2009, sigue dormida. Mañana cuando se la lleve el técnico que mi amigo Gonzalo me recomendó, seguirá dormida. Solo les cuento todo esto para decirles que la desesperanza nunca se apoderó del todo de mí. Como entonces, no lo permití.

Le cerré la puerta al golpe de perder mi laptop y cedí el espacio que debió ocupar la ira, la preocupación y la tristeza a la organización. Me moví porque había que moverse. Abrí mi calendario inmediatamente y revisé la fecha del pasaje que compré en plena pandemia, cuando mi intención era ahorrar más que viajar. Entré a apple.com y busqué una nueva laptop, vi que además podía conseguir AirPods con mi compra.

Empecé a buscar otras cosas que quería comprar y de pronto el plan de viaje estaba armado. Con suerte logran restaurar mi laptop antes. Me conformo con que prenda, así la puedo canjear. Según apple.com son 300 dólares de crédito si la laptop funciona. Veremos. En realidad lo más importante es que abran la frontera a tiempo para mi viaje.

Me pareció curioso descubrir cuánto dependo de mi laptop, o mejor dicho, cuán cabalmente miserable me sentí de perderla. Mucho más fuerte que con mi celular, un recorrido doloroso ya bien documentado. A estas alturas todos hemos experimentado la ignominia de una vida sin teléfono. Que se me quedó en el taxi, que me robaron, que se me cayó borracha al water, que me cargué la pantalla. Sea cual sea el origin story, la trama es universal y la amenaza del remake, constante. Pero sabes que, mal que bien, todo está en la nube y no es tan costoso reemplazar el equipo —o ya nos acostumbramos a la vileza del este ciclo de gasto.

La laptop es MUY diferente. Para empezar es más cara y todo lo que tienes ahí no necesariamente está en la nube o en algún backup externo. Sé que tengo uno pero no lo he actualizado en los últimos seis meses. La nube debería estar al día, pero no lo sé. Aunque claro que en los últimos seis meses tampoco he hecho demasiado, so I don’t even know what I might have potentially lost. En fin, el punto es que me dolió la pérdida y solo lo noté porque entré en «modo seguro». Me cerré a todo y empecé a organizarme, para evitar el dolor hasta el último momento posible. Nadar o morir.

Pero como podrán notar en esta entrada, incluso si tarda dos años, el dolor llega igual —y es tan insoportable como cuando está fresco, so I don’t even know what was the point in all this.
No me sirvió de nada. Hoy me siento tan al borde como al principio.
It’s just the same shit day, repeating itself time and time again.

In a mood

Son más de las dos de la mañana and I’m in a mood.

Dormí toda la tarde porque mis horarios se invirtieron nuevamente. Da lo mismo. No estoy haciendo nada provechoso con mi tiempo. Siento que a todos los planes que podría tener les falta una pieza, que no es imposible de conseguir, de hecho se siente muy asequible, solo depende de terceros y tales terceros no están disponibles en este momento.

Válido para todo. ¿Por qué no busco trabajo? Ah, porque con el Estado de Emergencia ni siquiera la gente con trabajo tiene trabajo. De hecho cada vez escucho de más conocidos o amigos que han sido despedidos o suspendidos o cuyos sueldos se han reducido. ¿Buscar trabajo? In this economy? No, tendré que esperar a recuperar algo de normalidad.

Estoy al tanto de que son solo excusas, por supuesto ⏤and you should, too! La verdad es que no quiero trabajar y, si quisiera, no sabría en qué. Es algo que espero resolver con mi terapeuta. Pero suena lógico, ¿verdad? Independientemente de si quiero trabajar o no, casi todas las industrias están paralizadas por la pandemia. Difícilmente es la atmósfera más propicia para empezar en ninguna parte.

¿Cómo sé que son excusas, entonces? Porque, en algunos casos, son realmente absurdas. Por ejemplo, podría llenar mi tiempo con cosas productivas que me gustan, como leer o hacer ejercicio. Pero no estoy leyendo porque los libros que estaba leyendo están actualmente en una repisa que no puedo colgar y no estoy haciendo ejercicio porque no tengo los implementos necesarios.

Um, bullshit.

Al principio de la cuarentena me las arreglé para armarme un gimnasio de cosas que encontré en mi casa. Si no estoy haciendo nada es porque ahora me da frío. Resulta que toda mi ropa de gimnasio es de verano ⏤shorts, polos manga corta, tanks⏤ y no tengo nada abrigador que quiera sudar. Entonces, tendría que comprarme ropa de gimnasio de invierno… nueva. In this economy? No, tendré que esperar a que no haga frío… en julio. ¿Ven? Absurdo.

¿Y los libros? ¿No podrían estar al lado de mi cama, donde estuvieron hasta que compré y armé la repisa? Sí, pero no. Los puse en la repisa inmediatamente después de armarla, a pesar de saber que no podría colgarla. ¿Los clavé a la repisa y ya no los puedo sacar? No, podría sacarlos, pero puse la repisa debajo de mi mesa de noche y tendría que darle la vuelta y ugh… ya no tengo ganas de leer. ¿Ven? ABSURDO.

To my credit, realmente intenté colgar la repisa. Compré dos e intenté colgar una, la que tendría menos cosas encima, pero no confío en mi mano de obra. No tenía un taladro, así que usé clavos y martillo y la pared se descascaró un poco, lo cual solo me hace pensar que las probabilidades de que se despostille de repente, los clavos cedan y la repisa me parta el cráneo in my sleep son altas. Imagínense la otra, la de los libros, que pesa bastante más que la primera. Esa se caería sí o sí.

Entonces me digo «cuando Promart reabra su servicio de instalaciones llamaré a alguien para que cuelgue la repisa correctamente y cuando alguien cuelgue la repisa correctamente, los libros me serán más accesibles, y cuando los libros me sean fácilmente accesibles, los retomaré». Mientras tanto, veo series y películas usando mi proyector, que descansa en la repisa que sí colgué (y que descuelgo antes de dormir para no morir así). ¿Ven? A-B-S-U-R-D-O.

Ahora me pregunto para qué mierda quiero colgar repisas en un lugar en el que no pretendo vivir por mucho tiempo más y me respondo: para distraerme. Del hecho de que estoy aburrido y deprimido, de que el invierno me debilita y me quita las ganas de hacer ejercicio o leer o escribir o hablar con gente o ver amigos o hacer nada que no sea comer porquerías y estar en mi cama el 80 por ciento del día.

Ugh, perdón. Son las tres de la mañana and I’m in a mood.