Archivos Mensuales: marzo 2020

Announcement of an announcement

25 de marzo de 2020.

Es el décimo día de la cuarentena general en Perú.
Es el lanzamiento de Break My Heart de Dua Lipa en el mundo.
Es el cumpleaños de Adriano (feliz día, bebé).
Si nos queremos poner serios, es también el primer día de cuarentena general en India, la reclusión más grande y severa hasta el momento.

Con el ingreso de India a esta desgracia ⏤alrededor de 1.3 billones de personas que se enteraron con solo cuatro horas de anticipación que estarían encerradas por 21 días⏤ ya somos más de un tercio de la población global en algún tipo de aislamiento. MÁS. DE UN TERCIO. DEL MUNDO. QUÉ.

Fun fact, por si no quieren leer el artículo: ¿sabían que en Colombia se ha pedido a todas las personas mayores de 70 que se queden en casa HASTA MAYO? Yo me acabo de enterar y estoy chúk. Aunque aquí ya circulan los rumores de que nuestro arresto domiciliario se extenderá hasta pasada Semana Santa. De ahí a mayo no hay mucha diferencia.

A juzgar por lo que veo en redes, las conversaciones que he tenido y mi propia experiencia en el encierro, la verdad es que es buena idea. La gente está tan desesperada por volver a la normalidad que, si nos sueltan la otra semana, sanos y enfermos vamos a salir a comer, chupar, bailar y tirar a la vez. En tres días, nos fuimos todos a la chucha.

Si bien el mundo entero, con justa razón, está mirando al Perú como un ejemplo de manejo de crisis y elogiando a Vizcarra por su rápida respuesta, todos aquí sabemos la verdad. Si Perú (que no es Lima) enfrentara una crisis de salud como la de Italia, se nos muere la mitad de la población CON SUERTE. No estamos equipados para sobrevivir algo así y el gobierno lo sabe, por eso ha puesto todas sus balas en la cuarentena. We simply can’t afford the risk.

Si hay que quedarse encerrado un mes más, ni modo. Hay que comérsela. Por cierto, ¡yo vine aquí a contarles algo completamente diferente! Relacionado, claro, pero diferente. Se suponía que iba a escribir sobre cómo la cuarentena afecta a gente con desórdenes alimenticios, a raíz de un artículo de Buzzfeed News (que es menos mierda que Buzzfeed, ojo) que leí hace unos días y me hizo sentir SEEN AF.

Ni modo, esto ya se hizo muy largo como para recién empezar aquí. So… consider this an update? ¿O un recordatorio de que esta noche sale el nuevo single de Dua? ¿O un saludo de cumpleaños para Adriano? Lo que quieran. Igual haré lo de los desórdenes alimenticios pronto. Quizá hoy, incluso.

In the meantime, los dejo con este otro fun fact sobre el día de hoy para volver a la muy necesaria levedad:

Un 25 de marzo hace diecinueve años, nuestra Living Legend, Exceptional Earner e inesperada reina del Comunismo, Miss Britney Spears, apareció en su primer comercial de Pepsi, el cultural reset que hoy conocemos como Joy of Pepsi.

Iconic.

Evil twin (2018)

Branches and roots 
create impossibly tall trunks
as they race towards 
a vastness of their own. 

Four-second rule (2018)

My contribution, at the time and at the table, was the four-second rule. If you can sustain eye contact with somebody for over four seconds, you have one foot in the door.

In my experience, this is true every time. Think of people you’ve crossed paths with on the street. You look at them, they look at you; that’s second one. Then, one of these things will happen:

Two seconds: They/you will look away.
Three seconds: They/you will stop and consider, ultimately looking away.
Four seconds: You’ve gone the distance. Whatever happens next will depend on a number of factors, but at the very least you know they’re not indifferent to you. Whoever’s brave enough could crack a smile and see where that takes you.

I said «in my experience this is always true» but considering the company I was keeping, I should’ve specified it’s a gay male experience. It is how you spot straight men as a homo. They won’t make it past second two. They’d be terrified to look at another man for longer than it takes them to recognize him as friend or size him as foe.

But, it is also how you spot the gays. They will either make it to second four or let you know in no uncertain terms just how unattractive they find you by second three. «But women are different», I continued. «They weren’t taught to fear closeness with one another, even though society sure seems hell bent on pitting them against each other».

I can’t empirically know if this works between women for it is precisely the way men have been brought up in this bullshit patriarchy that makes the four-second rule a rule. The lesbians agreed, but seemed disappointed.

⏤ What about straight men?
⏤ You know how they swipe right at every single woman on Tinder? Like that, but with their eyes.

Also, who cares.

Dear diary (2018)

When I get down I miss my boyfriend
I know it is unfair
When I fuck up I miss a boyfriend
I never wanted there
‘Cause morning always comes
and bodies, they go home
or get thrown in the lake
in the middle of the bed.

Special needs ✝︎

Just 19, a sucker’s dream. I guess I thought you had the flavor.
Placebo

 

 

«Creo que es obvio lo que va a pasar», susurró Efra. Efectivamente, lo era, pero incluso cuando su aliento ya se condensaba bajo mi nariz ⏤aprendí escribiendo esto que ello se llama surco nasolabial⏤, yo tenía motivos para desconfiar. «No, ¿qué?», le pregunté bajito, volviendo todo mi cuerpo hacia él, sonriendo, más cerca. La pregunta no era necesariamente retórica. Mi intención era corroborar que no estaba equivocado y al mismo tiempo prolongar el jueguito que él había iniciado.

Es posible que Efraín haya interpretado mi pregunta de forma incorrecta. Es decir, como reflejo de ingenuidad más que de incredulidad. No es de extrañar. Solo me llevaba dos años, apenas un erastês, pero se le paraba al infantilizarme. Le encantaba ser el hombre maduro de la relación, el maestro, el amo. Lo era, hasta cierto punto, pero en esta instancia se equivocó. No pregunté por inocente, ya había tenido mi primer beso con un chico del colegio a los quince. Sencillamente me costaba creer que después de tanto tiempo por fin aceptase que también estaba enamorado de mí (una interpretación bastante cándida y errada, debo admitir).

Esa noche, cuando nos acostamos, no podía suponer que iríamos más allá de la amistosa rutina que hasta ese momento habíamos mantenido por meses. Acostarnos, abrazarnos, dormir. Las posturas podían cambiar, pero la práctica era siempre la misma. Desde la primera noche en que sus delgados brazos envolvieron mi cuerpo y su cara barbuda descansó sobre la mía, siempre acostarnos, abrazarnos, dormir.

Ahora, durante esos primeros meses de acunarme, yo aún era menor de edad. Es posible que mi situación legal haya sido un hecho crítico para Efra y yo no lo haya sabido. Después de todo ya me había dado un pico antes, la mañana después de su cumpleaños. Quizá no era el momento, no se sentía listo. O no me quería tanto. ¿Y ahora sí? No lo supe entonces y aún no lo sé. Nunca pregunté. Quizá nunca me quiso en lo absoluto, ni siquiera entonces. No como pareja. Ya da igual.

Solía lamentar no recordar cuándo pasó. Me parecía inconcebible que algo tan importante hubiese pasado tan desapercibido. Las verdaderas sorpresas son imposibles de sujetar, supongo. Así nuestro primer beso ocurrió una noche sin marcar y se escurrió por las casillas del calendario hacia los márgenes y, eventualmente, fuera del tiempo. Hoy ni siquiera podría calcular un intervalo. No podría decirles si era invierno o verano, dos mil dos o tres. Creo que fue lo mejor, de lo contrario habría celebrado patéticos aniversarios mentales durante años y fumado en exceso. Por esas fechas fumaba todos los días y, si estaba ansioso o deprimido, todas las horas.

Imposible separar ese día de cualquier otro. Nos habíamos juntado por la tarde-noche después de que yo viera a mis amigos en el café, como era nuestra costumbre. Efraín odiaba un poco a mis amigos. En parte porque mis amigos odiaban un poco a Efraín. Creo que en el fondo simplemente no le gustaba compartir mi atención. «Por qué saldría con ellos si yo, infinitamente más interesante, estoy aquí». Efra, como cualquier narcisista, era posesivo en ese sentido. No me molestaba, yo quería dejarme poseer y me supe dividir. Nunca dejé plantados a mis amigos, a pesar de que realmente no hacíamos nada especial.

Empecé a llevar mi mochila al café. Mis amigos nunca preguntaron por qué, así que no tuve que confesar que llevaba mi pijama y el estuche de mis lentes de contacto para dormir en casa de Efraín. Esa época fue, digamos, la mejor. Efra y yo íbamos muy bien, progresando cada día, casi hasta donde yo quería. Hasta que sus miedos reaparecían y tomaba distancia de mí. Lo que entonces consideraba una maldita indecisión, terror a salir del clóset y ahora, tantos años más tarde, no sabría nombrar. Exploración o cariño o infatuación o carencia. Algo monstruoso y cálido, cómodo e imposible de asir, que como viene se va. Sin explicar.

¡Estúpido de mí buscar explicaciones! Yo sabía las reglas: Efra me daría lo que pudiera necesitar, tácitamente y hasta un punto. Pero si cruzaba la línea, si buscaba que me dijera que me quería o me lo demostrara, se lo diría o demostraría a alguien más. A una mujer. Cualquier mujer. Hasta que aprendiera la lección, hasta que comprendiera mi lugar histórico: Hefestión, no Roxana.

Pero Efraín no era ningún idiota, nunca me empujaba más allá de su campo de acción. Yo en cambio sí era un idiota, me alejaba sin decir nada, sintiéndome perdedor, pero nunca me iba. Sabía que debía dejarlo, pero no podía. Estaba horriblemente enamorado de él, despojado de agencia y poder. Para entonces tenía clara mi única jugada: Efra me decía lo que quería escuchar cuando sentía que podía perderme. Así que yo me perdía constantemente, pero nunca de vista.

Esa tarde que no recuerdo llegué a su casa del café. Sí recuerdo, sin embargo, que estaba feliz y triste de verlo al mismo tiempo. Cansado. Demasiado para mis diecisiete. Nos acostamos a ver televisión, a conversar. Hablamos de las mismas cosas, nos reímos de los mismos chistes, nos miramos con los mismos ojos. Estábamos cómodos el uno con el otro, habíamos llegado a un lugar envidiable que no me hacía menos doloroso el estar juntos. Quizá porque sabía que era una ilusión, un holograma de felicidad. Entonces, algo cambió.

Cuando apagó las luces, se quedó observándome con singular facilidad. Yo apenas podía discernir el contorno de su cara trazado a mano alzada por la luz de la calle. Echados cara a cara, hablando de nada, hubo un imperceptible giro de curso. Había tomado una decisión que, incluso en el susurro, robustecía su voz. Se acercó serpenteando sobre sus hombros, sonriendo como si supiese algo que yo no, sin interrumpir la conversación. Sentí sus palabras palidecer, él ya no estaba detrás de lo que decía. Se acercó más. Su voz era un murmullo, podía sentir su respiración sobre mis labios. Entonces entendí, pero no lo creí. Se acercó aún más.

«Creo que es obvio lo que va a pasar», susurró Efra, rozando mis labios al hablar. Ese primer contacto, casi imperceptible, me encendió de pies a cabeza. La cabeza me estallaba, estaba petrificado. Cómo sentir sus labios un poco más si no puedo moverme. ¡Está ocurriendo, huevón, no lo puedes perder! Nunca he pescado en mi vida, pero asumo que esto es lo que siente quien saborea la real posibilidad de pillar un aguja azul.

«No, ¿qué?», le pregunté bajito, intentando prolongar el juego, rozando sus labios con los míos. «Ah, ¿no sabes?», sonrió, causando que sus labios se retiren de los míos involuntariamente. «No te hagas», añadió inmediatamente, reubicándose y mordiendo mis labios con los suyos. No supe qué más decir, pero no hizo falta. Después de retrasar el momento al máximo posible, algo casi tan delicioso como el acto en sí, Efra se arrojó sobre mí con tierna violencia y me dio el mejor beso de mi joven vida. Por muchos años, el mejor que nadie me haya dado jamás, porque era mi primer amor.

Le devolví el beso con la intensidad de quien había esperado toda su vida por él. Efra me abrazo, me puso sobre él y me besó con fuerza. Rodamos por toda la cama, empujándonos y acercándonos, casi a golpes, casi en guerra. Nos abandonamos el uno en el otro y, de pronto, no supe si era un beso o un exorcismo; la máxima lucha con nuestros demonios, con nosotros mismos, con lo que siempre quisimos hacer y nunca hicimos ⏤o eso quise pensar.

No sé lo que él podría haber sentido por mí, pero sé que aquella noche explotó. Lo besé una y mil veces y él a mí, hasta quedar exhaustos, sedientos, hasta que llegó la mañana y me quedé dormido con los labios partidos sobre su pecho, oliendo su cuerpo, que me fascinaba. Tenía un aroma que era solo suyo y, en ese momento, mío. Fue todo lo que siempre quise que mi primer beso fuera. Desde ese día supe que siempre me enamoraría por la nariz.

Cuando nos despertamos pasadas las 10 de la mañana, aún estaba en sus brazos. Fue uno de los pocos momentos donde Efra fue realmente tierno conmigo, sin cuestionarlo, sin pedir nada. «Carajo, ¿nos habrán escuchado arriba?». Nos reímos como dos niños que acababan de ejecutar una travesura magistral pero no podían asegurar el triunfo aún. Efra salió a revisar los alrededores. Volvió con el desayuno y el reporte: todo calmado.

Esa mañana no me vi al espejo, Efra no tenía uno en su habitación; pero estoy seguro de que mi cara de imbécil enamorado era imposible de camuflar. Sabía que no podía enfrentar a su familia con ese gesto ahuevonado, con el beso estampado en la cara como la marca de Caín. Le pedí que abriera la puerta del garaje, que era la entrada privada a su cuarto. Lanzó una pequeña carcajada como burbujas. «Eres un ridículo, ¡sal por la puerta!». Insistí que no podía. «Qué pobre diablo», accedió.

Abrió el garaje con dificultad, posiblemente por primera vez desde que se mudó de habitación. Una barra de sol le borró la nariz por un momento, mas no la sonrisa de oreja a oreja. «¿No te sientes un toque como una puta saliendo por el garaje?», escuché mientras mis ojos se ajustaban al Nuevo Mundo. Sentí mi sonrisa dibujarse dulce y pesada, le di un beso en la mejilla y me fui sin decirle más. Esto es, pensé. Él es, por fin.

Qué pobre diablo, indeed.

 

✝︎ La versión original de esto fue «publicada» el 9 de julio de 2007 en un blog oculto que jamás compartí. Me daría extrema vergüenza compartir un texto de mi yo de 22 años, así que la edité. Sorry about it. No obstante mantengo el título original porque amo esa canción de Placebo y el pseudónimo que le di a mi primer amor porque Efraín me gusta más que su nombre. Also, para no quemarlo. Aunque ya pasaron casi veinte años, relájate, William. It was really nothing.