Pues, aquí me tienen. Una vez más en un aeropuerto. Esta noche en Barajas. «Ay, me voy otra vez. Ahí te dejo, Madrid». Un destino que, a decir verdad, no me es muy difícil dejar. De no haber sido porque mi mejor amiga vive aquí (y es el punto más barato para volar de Lima), I would’ve skipped it entirely. O quizá no, pero definitivamente hubiera pasado rapidito.
Pero aquí estoy y me cuesta. Again, no por Madrid, sino por Europa en general y los amigos que dejo aquí. Sé que he sido muy irregular en mi publicación durante estas semanas, lo siento. Estuve muy ocupado viviendo intensamente cada segundo, tomando fotos, bailando, muriéndome por mis amigos y, por qué no, equivocándome con todos los hombres correctos. Ahora, en el gate R14, el retorno a la normalidad es inminente y mi rechazo me impulsa a escribir.
Hace tres semanas que no muevo un dedo (de hecho, los he movido todos, pero no para trabajar y si representó algún esfuerzo, les aseguro que sarna con gusto no pica) y la sola idea de volver a la oficina deforma mi espíritu a palos, cual Rihanna y Chris Brown. Mi travesía europea ha durado bastante, pero siento que se ha pasado en un parpadeo, as it so often happens with larger-than-life adventures.
Si creen que voy a decir que me gustaría que esto no acabase nunca, les diré que no soy ningún huevón. Nunca tan iluso. Sé qué hay que volver. Sé que hay que trabajar (¡para pagar todo lo que he comprado!). Pero quería un día más. Sólo uno. Estuve muy cansado de mi vuelo París-Madrid para disfrutar mi última noche en la capital española. Si pudiera volar mañana en lugar de hoy, me quedaría esta noche para desmadrarme por última vez en Europa. Y, para lo que me espera, vaya que lo necesito.
He pensado poco en este viaje, para ser sincero. No tuve muchos momentos solitarios y meditabundos. Incluso paseándome solo por Père-Lachaise, Morrissey estuvo conmigo, cantando Cemetery Gates. Wilde on our side. Pero lo poco que pensé fue un láser que atravesó mi vida en Lima de extremo a extremo. Aunque no había que cavar muy profundo para encontrar la insatisfacción que siento por no hacer lo que amo.
Don’t get me wrong, I absolutely despise working. Probablemente, odiaría todo tipo de trabajo solo por el hecho de que… es trabajo. De hecho, la chamba en la que estoy ahora es la que menos he odiado y en la que más me he divertido (y durado). Para sorpresa de propios y extraños, I’m actually good at what I do y realmente puedo decir que quiero a la gente con la que trabajo. ¿Cuántas personas pueden decir que quieren, aprenden de y admiran a su jefe? Yo puedo. No es un tipo perfecto, pero está varios pasos delante mío y aún me enseña muchísimas cosas. No sólo para el trabajo, sino para la vida. Me ha hecho más humano y menos huevón. Le debo mucho. Pero eso no quiere decir que esté tan invested in our work como él. A mí la publicidad no me hace feliz, la verdad.
Por mucho tiempo no pude encontrar lo que me haría feliz. Lo pensaba y lo re-pensaba y no llegaba a ninguna conclusión. Intuía que tenía que ver con escribir porque nada me da más placer que venirme en una página en blanco. Nada. Pero eso era muy gaseoso. Podía ser cualquier cosa. Desde la nueva gran novela de la literatura peruana hasta una columna frivolona en alguna publicación. Cualquiera me haría feliz, tbh. Luego, de pronto, mientras cruzaba el puente Alexander III en París, la tuve más clara. La belleza romántica del Sena no tuvo nada que ver, creo. Fue puramente incidental. Mi cerebro, every bit as dramatic as its owner, seguramente pensó «este es un buen lugar para decir que tuvimos una Epifanía». And so, we did.
No lo voy a contar porque a) quiero que se cumpla, b) no sé cómo ni cuándo lo abordaré, y c) ha sido un destello luminoso en la oscuridad de París (¡mal llamada «ciudad de la luz», porque está pésimamente iluminada!) y todavía no la tengo 100% clara. Seguiré por ahora con mi chamba habitual, porque aún no he terminado de construir lo que quiero y me gustaría entregarles a quienes me han dado mucho. Pero ya vislumbro lo que puede venir… y podría ser hermoso. Como ver la torre Eiffel aparecer por primera vez desde un ventanal del metro 6.