Estoy aquí hace ya once días y he pasado casi todo ese tiempo oculto entre sábanas y colchas de tigre de casa materna (ustedes saben cuál). Realmente creo que, si me esfuerzo lo mínimo, podría calcular con total certeza el número de horas que no he estado en mi cama. En parte porque a) hace un frío del hoyo y no me provoca salir; b) aún no había visto Luis Miguel La Serie; pero, más que nada, c) porque salir de mi cueva significa ver gente y ver gente significa responder preguntas¹. Cómo estás, cuándo llegaste, qué vas a hacer. Mi gato, el único otro ser vivo que comparte este bunker, no hace tales preguntas. Sabe apreciar que esté aquí con él sin cuestionar por qué ni por cuánto tiempo. Entiendo la curiosidad de todo el mundo, pero lamento que los gatos sean siempre como la gente y la gente no sea siempre como los gatos.
Entre las muchas cosas que he perdido – la imagen de mis muebles dejados por muertos en una vereda en Brooklyn se manifiesta clara y cristalina y, como el cristal, corta –, he perdido bastante peso. Todas mis ganancias musculares han sido confiscadas por la depresión, lo cual me enfurece. Me parece además haber envejecido tres años de golpe, los tres que estuve allá, mas puede que esto solo esté en mi cabeza. Anoche fui el único al que le pidieron DNI para entrar al Sargento, so I got that going for me². Pero de lo primero no tengo duda. He comido poco y mal desde que llegué y no he hecho ejercicio en semanas. ¡Si apenas me he parado de la cama y, cuando lo he hecho, ha sido para beber! Porque nadie hace demasiadas preguntas cuando estás brindando.
Tengo mucho que decir y pocas ganas de hablar, es una situación particularmente terrible. No quiero que se me muera todo adentro, pero tampoco quiero aflojar mucho la soga porque no tengo nada positivo que compartir. Por ahora no, al menos. Cuando el polvo deje de revolotear sobre las ruinas de lo que alguna vez fue mi vida y sea momento de reconstruir, hablaremos un poco más. Por ahora, considérense afortunados de que esta entrada sea tan corta. Las pocas personas que me han visto en vivo – que no tuvieron la previsión de emborracharme inmediatamente, that is³ – se han visto expuestas a niveles de toxicidad que cierran mineras. Literal, doy cancer.
Pero hay una cosa que necesito decir hoy: sé perfectamente qué día es. A esta hora, hace tres años, estaba manejando de mi depa en Miraflores, donde me despedí de mis roommates y del chico con el que salía, a la casa de mis papás, quienes me llevarían al aeropuerto. Esta noche en el 2015 me fui de aquí. En un universo paralelo donde todo sale bien, esta noche estaría viendo a Shakira – por primera vez, csm – en Madison Square Garden. Pero esta noche, en la realidad, «estoy» viendo el brillo de la pantalla en la oscuridad en la casa de mi madre, tratando de convencerme a mí mismo de que tres es un buen número. Que fue bastante, ¡no! Suficiente.
Escribo «estoy» porque realmente lo cuestiono. ¿Estoy, en serio?
Apenas.