Daddy’s home

Hoy me provoca quedarme muy, muy quieto, en silencio. No quiero que me toquen. No quiero que me hablen. Quiero hacer nada sin decir una palabra o dar explicación. Tener la tele prendida, sí; huevear en el celular. Tampoco estoy muerto. Quizá hasta emita sonidos. Si veo alguna historia o meme que me haga gracia, resoplaré. Que soy humano al fin. El plan, no obstante, mientras deambulo por el departamento durante el día, de la cama a la cocina al baño a la cama a la cocina a la ventana a la cama ⏤casi nunca a la sala⏤ a la cocina a la cama, es estar callado y que estos espacios guarden silencio conmigo.

No me siento… mal. Tampoco estoy particularmente triste o más ansioso que de costumbre. Solo siento un profundo deseo de imperturbabilidad, espoleado por la certeza de que hoy tampoco será el día. Mi novio seguramente me mirará con curiosidad, recostado a mi lado en la cama que compartimos. Me hablará de cosas y sonreirá, y yo me preguntaré si me encerraría en otra habitación si la tuviese. De pronto me reconozco detrás de esa puerta imaginaria. ¿Era esto lo que hacías? Qué es aislarme sino mi patrimonio. Mi celular me notifica que «llegó lo nuevo de St. Vincent» y me temo que es así y era inevitable. Daddy’s home.

Todo lo que sé de mi padre lo sé por terceros. Si acaso él mismo dijo algo, casi nunca fue a mí. Jamás le conocí amigos, aunque recuerdo una época en la que hablaba de un tal Narváez. Otro doctor del mismo hospital al que, creo, conocí solo una vez. La única otra familia, que no era parte de mi familia, con la que manteníamos relación eran unos vecinos cuya madre trabajaba con mi madre. Era enfermera en el hospital donde mi madre era pediatra. Los hijos tenían más o menos las edades de mi hermana y yo. Nos veíamos todos con regularidad hasta que un día no nos vimos más. Algo muy común en mi familia, que a mí me resulta muy natural hasta hoy.

De su niñez, su vida escolar, sé poco o nada a través de anécdotas que contaron (en orden de frecuencia) un tío mío que fue testigo presencial ya que fueron al mismo colegio, casado con su prima; sus hermanas, mis tías, en cuyas historias nunca salía bien parado; mi abuelo, que hablaba casi exclusivamente de sí mismo, pero en ciertas ocasiones recordaba que tenía familia; mi papá, hablando con otra gente. Los comentarios que mejor recuerdo son los de mis tías porque delineaban el origen de la persona que yo conocía ⏤malhumorada, silente, con gusto por acumular, especialmente dinero⏤ y otra que cabía perfectamente en la misma descripción: yo.

Hace algún tiempo en una reunión, ya no recuerdo ni por qué, estábamos hablando de perros que se tiraban de ventanas o techos. Yo conté que mi papá tenía collies y pastores alemanes de niño y uno de ellos saltó desde el techo y se rompió las piernas. Sé perfectamente cómo lo dije. Como si nada. Como si fuera una historia pasada de padre a hijo algún domingo durante el almuerzo. Y sé que lo conté de esa forma por el efecto que tuvo en mi novio, a quien vi con el rabillo del ojo. Sentí su corazón atorarse simultáneamente con sorpresa, ternura y atención. Lo escuché fuerte y claro en mi mente: «nunca hablas de esto». Yo era su cantante favorito y de pronto, tras 20 años de carrera, tocaba por primera vez una vejez que nadie ha escuchado en vivo. No fue intencional, la verdad. No sentí nada al contarlo. Era solo información pertinente.

De la universidad, donde conoció a mi mamá, sé quizá algo más por ella. Porque pregunté cómo chucha te pudiste haber casado con él. Me dio sus razones. La gente cambia también. Los primeros años de su vida juntos, el nacimiento de mi hermana, la casa en Pueblo Libre donde yo no viví, algo de eso sé. Luego llegué yo, el hijo hombre. El nieto que mi abuelo tanto esperaba, el que cargaba el apellido, el que lo impulsó a felicitar a mi madre con la frase «ahora sí, un abrazo completo». Right in front of my sister’s salad. Mi papá ⏤según mi mamá⏤ estaba igual de emocionado y, dados mis primeros años de vida, donde el favoritismo era obsceno, le creo.

No voy a mentir, yo sabía que era el favorito de todo el mundo. Era el único hijo hombre, era el menor, había estado al borde de la muerte ene veces y tenía entendido que había sobrevivido a una prima con la misma enfermedad. Tenía todo a mi favor para ser el consentido y, por muchos años, lo fui. No me imagino ser mi hermana durante esos años, donde mi mamá hacía su mejor esfuerzo por convencerla de lo contrario. Tuvo mala suerte, además. Mis padrinos no tenían hijos, así que me bañaron de regalos toda mi niñez. Sus padrinos eran mis tíos, que tenían su propia familia y sus propios problemas. Pero no se sientan mal, cuando mis verdaderos colores empezaron a traslucirse la intensidad de ese favoritismo se redujo al mínimo. ¡La homosexualidad trajo consigo la igualdad!

A veces me da risa imaginar cómo todos se habrían arrodillado para que yo los escale hasta la cima si hubiese sido heterosexual (léase, «normal», reproducción común). Si hubiese sido un niño arrogante y pendejo que juega fútbol y le pega a las niñas porque le gustan. El Coronel probablemente me habría regalado la vida entera si hubiera sido un pendejito como él. Pero no. Yo era re marica y siempre lo supe. Rápidamente lo sospecharon todos los demás, pero la negación puede más. Mi abuelo probablemente me dio el beneficio de la duda hasta el final de sus días. Generoso de su parte darme algo, a diferencia de cuando me mudé a Nueva York y le pedí ayuda y solo me dijo que me vaya bonito.

Entiendo y a la vez no que mi madre y hermana tengan recuerdos de mi papá tan drásticamente diferentes a los míos. Quizá ellas ven el vaso medio lleno en mi vaso medio vacío y supieron suprimir lo malo en favor de lo bueno. Al menos podemos estar de acuerdo en lo que El Hombre producía y nos desquiciaba a todos por igual: estruendo de puertas y cajones, buscando y rebuscando quién sabe qué de madrugada, maldiciendo y maldiciéndonos abiertamente por no encontrarlo. Su risa era igual de estrepitosa, pero la recuerdo con menos frecuencia. Nunca he escuchado a nadie más reírse como él. Cuando estaba de buen humor, ponía de su parte. Creo. Pero no era tan memorable para mí.

No, yo recuerdo lo que ellas no podrían saber. Cosas que solo un hijo hombre puede intuir de su padre. O peor, cosas que solo un hijo gay, que solía ser el favorito, puede leer de su padre. Dentro de todo, creo que tomó la mejor decisión al no involucrarse en lo que no entendía. Muy producto de su tiempo. Al menos nunca se peleó conmigo, solo se mantuvo al margen de mi vida. No lo voy a felicitar por tomar la salida fácil, pero tampoco se lo voy a reprochar. De hecho nuestra despedida antes de que muriera fue bastante amical. No me costaba nada decirle que estábamos bien e intercambiar años de indiferencia por un minuto de perdón.

Lo único que le reprocho aún y probablemente para siempre es lo que encuentro, no sin amarga sorpresa, en mí mismo. Habría sido útil saber quién era y qué problemas de salud ⏤física y mental⏤ tenía porque, muy a mi pesar, soy hijo de mi padre. Cuando la paciencia me abandona de golpe y me invade una cólera desproporcionada ante el menor inconveniente, cuando el resentimiento me deja sin habla, cuando manejo como un demente, cuando siento la incontrolable necesidad de desaparecer en silencio, de encerrarme donde sea y estar conmigo mismo, lejos del ruido de vivir, me pregunto si todo eso es cosa mía o es mi herencia.

Me pregunto, además, si es solo tuyo o de tu padre también. Porque si de ti sé poco, de él mucho menos. Pero lo recuerdo igual que a ti, encerrado en su cuarto y emergiendo después de un buen rato para sentarse en la cabecera de la mesa, contar anécdotas familiares donde la familia poco pintaba y volver a su sarcófago como un amable vampiro.

Presiento que ponerle punto final a nuestra línea no es la peor idea que he tenido.
Si yo no puedo gestionar estas reliquias, definitivamente no se las voy a pasar a nadie más.
(Aunque la realidad es que los niños me caen pésimo y los adultos alrededor de los niños, aún peor. Pero el sentimiento se mantiene).

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