El día inició lento. No work, no nothing. Solo mis planes de ir a la playa a disfrutar del fin de semana largo. Hice mi maleta, me bañé, me tomé una cerveza. Business as usual. Me subí a un taxi rumbo a San Borja solo para descubrir que Gabriel García Márquez se había ido. Toda la magia del día se hizo humo. Qué oscuro se me puso el cielo de pronto. Mi adulto seguía fidgeting con el celular, escuchando las noticias, haciendo planes; mi niño, el que amó a Gabo, se sentó en un rincón de mi cerebro, mudo. No se levantó hasta mucho después. Nos abrazamos y soltamos unas lágrimas por nuestro favorito.
Aunque no había escrito nada en años y probablemente no lo haría jamás, no me gusta la certeza de saberlo. Es otro más. Uno más de mis héroes que se va. Cada vez son menos los que aún están aquí y me da tanta pena como pánico. Me entristece saber que no estarán más aquí para cargar el peso del mundo sobre su espalda, mi peso muerto. No estarán aquí para iluminarnos, para señalar el camino en la distancia, el que ellos ya vieron hace mucho. Me da miedo saber que cada vez son menos los que sostienen el fuerte, que su partida significa que ahora somos nosotros los que tenemos que alzar las manos y cargar el techo del mundo. Ahora soy yo el que tiene que hacer algo para que la sociedad no colapse bajo el insoportable tonelaje de su propia ignorancia y oscuridad. Ya no puedo ocultarme detrás de mis héroes porque todos están muriendo. Todos han envejecido y están encontrando, uno a uno, el descanso que se merecen por luchar contra toda la mierda que implica vivir en sociedad. Ay, cómo se lo merecen.
Pero qué cómodo estaba yo, aprendiendo de ellos, leyendo bajo la sombra que me daban. Cada vez son menos y la sombra es más estrecha. Cada vez estoy más consciente de mi papel, de mi deber. «El deber revolucionario de un escritor es escribir bien», dijo mi héroe caído. Me parte el corazón leerlo ahora, porque es cierto y él lo cumplió a cabalidad. Yo, sin embargo, he sido caprichoso en mis trabajos, he tomado a la ligera mi deber. Te debo más que eso.
Es tan raro que gente que nunca conocí pueda haberme conmovido tanto. Ese es el poder del arte. Ahora no me queda duda. Por eso me da tanta pena tu partida, Gabo. Y sé que todo el mundo lo va a comentar y saldrán los fans de última hora y a todos les llegará al pincho leer «esos» status de Facebook o tuits descorazonados, pero para mí el mundo es menos mágico desde hoy. De chico odiaba leer, if you can believe that, hasta que mi hermana me prestó Doce Cuentos Peregrinos. Hasta el día de hoy, uno de los libros que más quiero (porque yo los quiero). No pasó mucho tiempo antes de que yo mismo empezara a escribir y se lo debo, en gran medida, a Gabriel García Márquez.
Gracias, Gabo, por no ser aburrido, por ser mágico, por ser diferente. No me importa que seas por siempre mejor que yo (as evidenced by this blog), lo que importa es que me encendiste. Me diste permiso para darle rienda suelta a mi mediocridad hasta que, un día, algo me salga bien. Espero que así sea y te lo agradeceré llegado el momento. Buenas noches, héroe. Que descanses.
Es cierto. Los viudos de GGM han salido de sus cuevas, gracias a Google y las «mejores frases de García Márquez» para adornar tu face.
Pero tu post es diferente. Tu post es de los que sí le dicen ‘Gabo’, pero no por confianza, sino por el cariño de haberlo sabido parte importante de nuestras vidas. Porque en su ataúd se lleva parte de nuestra infancia, de nuestra adolescencia, de nuestros amores rotos y de libros, que nunca llegaron a ser Fermina Daza, ni Florentino Ariza, pero que sí fueron amores. Y nos hace ver que estamos más viejos, que los recuerdos tiernos quedaron atrás sin lugar a retorno.
Tu post me ha conmovido. Y le he encontrado de casualidad. Gracias por haber dejado ésta flor en la memoria del Gabito. Estoy seguro de que te dirá: it was meant to be… See? Well done! Y yo te seguiré leyendo.
Gracias, es el comentario más bonito que me han hecho, jaja. 🙂