Happy Death Day 2U

Cuando publique esto habrán pasado exactamente dos años desde que dejé Nueva York —down to the very minute, pero con una hora de diferencia por la idiotez de Daylight Savings— y puedo decir con total seguridad que no he hecho NADA con mi vida desde entonces. No me he movido en ninguna dirección. No he intentado restablecerme en ninguna parte. Sé que he ido a festivales, visto a las Spice, manejado al revés —y casi muerto como consecuencia— en UK, y trabajado en los Juegos Panamericanos, arguably the highlight of my entire career (después de cuatro años de total ausencia). Still… se siente como nada.

Este día, que coincide desafortunadamente con el cumpleaños de una de mis amigas más queridas que aún vive allá, se mantiene enquistado en mi memoria, sus paredes luminosas y translúcidas. Puedo verlo todo en el reverso de mis párpados como si fuera ayer, lo quiera o no, y me hace cuestionar si he estado realmente vivo todo este tiempo.

Si hago como la mujer del Ensayo de Cristal y atravieso la corteza del tiempo con las manos para desenterrar este mismo día, dos años atrás, ¿qué le voy a sacudir de encima? Una capa de polvo, estos dos años. Una película fina de absolutamente nada. No tengo ni que meter la mano para extraer el pasado, basta con soplar esta casca de poquedad and there. it. is.

Con frecuencia he declarado que el recuerdo de mis muebles, mi dormitorio casi entero, abandonados en la vereda frente a 36 Sutton es la imagen más horrible de ese día, pero no es cierto. Todo era horrible; así que solo hice, no sentí. Me he entrenado toda la vida para no registrar los golpes más duros. Mi guardia es impenetrable y automática. Me atrevo a decir que ahora está incluso más allá de mi control. No sentí nada cuando los dejé. Solo lamenté no poder llevármelos o, en su defecto, recuperar algo de dinero por ellos porque estaban en perfecto estado.

La verdad no sentí mucho de nada cuando me fui. Me moví porque había que moverse. Desmantelé mi cama y la dejé en el sótano del edificio. Saqué mi colchón, cómoda, silla y escritorio a la calle. Regalé muebles pequeños, libros y cachivaches de cocina a los amigos que estaban conmigo. Llamé a cancelar cuanto servicio pude, excepto Spectrum que me pedía devolver físicamente el módem. No había contado con eso así que tuve que pedirle a Daniel, cuyo vuelo salía más tarde, que fuese en mi lugar.

Cerré mis maletas, me subí al Lyft y le pedí que se detenga en Manhattan Avenue. Había olvidado cancelar mi membresía en Crunch. Crucé la pista hacia el Citi, para retirar mi dinero y cerrar mi cuenta, pero estando allí no pude. Saqué un poco y dejé el resto, para un futuro desconocido. Ahí decidí tampoco cancelar mi celular. Volví al taxi y seguimos al aeropuerto. El conductor me habló solo un rato. El resto del trayecto fue música triste y calles conocidas y desconocidas reflejándose en la superficie endurecida de mi cerebro. Estaba agotado.

Cuando el vuelo de Nueva York a Dallas despegó a las 6:04 de la tarde, hora local, ya estaba dormido. No tuve que verme salir. Desperté en Texas y me moví porque había que moverse. Curioseé por el aeropuerto, me tomé algo y cambié de avión. Cuando vi una nueva ciudad tenderse bajo mi ventana, no sentí nada. No solo por mi entrenamiento en entumecimiento selectivo, sino porque no había nada que sentir. No tenía ninguna relación con Dallas, no me importaba irme de allí.

Pensé en todo esto hace poco. Mi laptop, la primera compra grande que hice cuando me mudé en 2015, se colgó hace un par de días. La cerré por frustración, sin pensar nada de aquello, y luego de un rato la vi dormirse desde mi cama. Cuando regresé a ella, seguía dormida. Cuando apreté enter, seguía dormida. Cuando apreté on, con confianza primero y presionando después, seguía dormida. Cuando apreté control, option y shift por varios segundos, seguía dormida.

Cuando empecé a desesperar y seguí las instrucciones de Google para forzarla a despertar, seguía dormida. Cuando la llevé al iShop al día siguiente, seguía dormida. Cuando volví a casa —con una cita programada para dentro de 17 días— seguía dormida. Ahora que escribo esto desde mi MacBook de 2009, sigue dormida. Mañana cuando se la lleve el técnico que mi amigo Gonzalo me recomendó, seguirá dormida. Solo les cuento todo esto para decirles que la desesperanza nunca se apoderó del todo de mí. Como entonces, no lo permití.

Le cerré la puerta al golpe de perder mi laptop y cedí el espacio que debió ocupar la ira, la preocupación y la tristeza a la organización. Me moví porque había que moverse. Abrí mi calendario inmediatamente y revisé la fecha del pasaje que compré en plena pandemia, cuando mi intención era ahorrar más que viajar. Entré a apple.com y busqué una nueva laptop, vi que además podía conseguir AirPods con mi compra.

Empecé a buscar otras cosas que quería comprar y de pronto el plan de viaje estaba armado. Con suerte logran restaurar mi laptop antes. Me conformo con que prenda, así la puedo canjear. Según apple.com son 300 dólares de crédito si la laptop funciona. Veremos. En realidad lo más importante es que abran la frontera a tiempo para mi viaje.

Me pareció curioso descubrir cuánto dependo de mi laptop, o mejor dicho, cuán cabalmente miserable me sentí de perderla. Mucho más fuerte que con mi celular, un recorrido doloroso ya bien documentado. A estas alturas todos hemos experimentado la ignominia de una vida sin teléfono. Que se me quedó en el taxi, que me robaron, que se me cayó borracha al water, que me cargué la pantalla. Sea cual sea el origin story, la trama es universal y la amenaza del remake, constante. Pero sabes que, mal que bien, todo está en la nube y no es tan costoso reemplazar el equipo —o ya nos acostumbramos a la vileza del este ciclo de gasto.

La laptop es MUY diferente. Para empezar es más cara y todo lo que tienes ahí no necesariamente está en la nube o en algún backup externo. Sé que tengo uno pero no lo he actualizado en los últimos seis meses. La nube debería estar al día, pero no lo sé. Aunque claro que en los últimos seis meses tampoco he hecho demasiado, so I don’t even know what I might have potentially lost. En fin, el punto es que me dolió la pérdida y solo lo noté porque entré en «modo seguro». Me cerré a todo y empecé a organizarme, para evitar el dolor hasta el último momento posible. Nadar o morir.

Pero como podrán notar en esta entrada, incluso si tarda dos años, el dolor llega igual —y es tan insoportable como cuando está fresco, so I don’t even know what was the point in all this.
No me sirvió de nada. Hoy me siento tan al borde como al principio.
It’s just the same shit day, repeating itself time and time again.

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