David Duchovny

The Kills tocaba esa noche pero nunca los vi. Era 23 de setiembre de 2016. Mi cumpleaños había sido días antes y tenía una serie de conciertos planeados para celebrar. Adele en Madison Square Garden el mismo 19, The Kills en Terminal 5 el 23 y Morrissey en King’s Theater el 24. Armé mis planes como siempre, como si nada, como una huevona. Sin detenerme a considerar que en cualquier momento te cae la muerte. Felizmente, y no por primera vez, la muerte no me quiso. El shock del accidente me transportó hasta el venue. Rengueando, sí; pero sin dolor.

En la esquina de West 56th y la onceava avenida me crucé con David Duchovny, que venía tranquilamente en la dirección opuesta. Mi cabeza dio un bote incrédulo hacia atrás que lo hizo sonreír. Tenía pinta de llevar prisa y yo tampoco quería detenerme, así que no me acerqué. Solo levanté la mano discretamente y lo saludé. Inclinó la cabeza en un gesto amable, aún sonriendo. Mientras David Duchovny pasaba a mi lado, aventajando a algunos otros peatones con sus piernas largas, me pregunté cómo habría reaccionado David Duchovny a mi accidente. Me imaginé interceptándolo y diciendo «¡me acaban de atropellar, David Duchovny!», y me reí.

No tenía sentido que estuviese ahí, soy una persona en extremo racional. Sabía que algo andaba mal y que, probablemente, empeoraría antes de mejorar. Pero también, secretamente, soy muy optimista. Por eso mi intención fue siempre ver el concierto, pase lo que pase. Como compromiso, porque además soy un ser razonable, decidí darle al destino una oportunidad de detenerme. Si los poderes del universo querían que vaya al hospital, su momento era ese.

Me acerqué al hombre de seguridad y le pregunté si era posible saltar la cola y pasar a la boletería. «Una moto me acaba de golpear camino aquí. Dudo que me reembolsen pero quiero preguntar por si acaso». Él tampoco creía que me devolverían nada, pero me dejó pasar. La persona en la boletería me dijo que por lo general no hacían devoluciones y que, incluso si quisiera, ya era muy tarde para intentarlo. Le respondí que no se preocupe, me lo esperaba. «¿Tendrán hielo?», sonreí. Me miró en silencio por un segundo, absoluta cara de palo. Finalmente he sorprendido a alguien en esta ciudad, pensé. «Déjame llamar a alguien».

Tuve que resumirle mi accidente a una tercera persona. Ella procuraría el hielo prometido. Pero ya estaba harto de contarla, sobre todo porque me veía obligado a excluir a David Duchovny, ¿y no era esa realmente la mejor parte? Le dije que me dolía un poco pero no parecía estar tan mal y que mi plan era sentarme en la baranda del segundo piso. Me consiguió una de esas bolsas de gel congelado y me advirtió que quizá aún estaba en shock. «Cuando baje la adrenalina puede ser otra historia, pero tú sabrás». La miré en silencio por un segundo. Efectivamente, no lo había pensado. «Gracias», sonreí. «Esperemos que no».

Por supuesto, así fue. No bien me recosté contra el riel del segundo piso me empezó a latir la pantorrilla. Cada uno de los nueve minutos que estuve sentado en el suelo, el dolor creció. ¡Con lo que me había costado subir, ahora tenía que bajar! Contemplé tomarme un par de cervezas y jugármela, pero mis fantasías mórbidas de hemorragias internas pudieron más que las ganas tibias de ver a The Kills. Mejor bajar ahora que todavía puedes. Humillada, reaparecí en la entrada y le dije a mi primer interlocutor, el chico de Seguridad, que la adrenalina me había abandonado.

«Hay un hospital aquí cerca, te recomiendo que vayas en taxi. La ambulancia es bastante cara». Qué tan cara puede ser, pensé. Además tengo seguro. «No, está bien, que me lleve la ambulancia». El chico me sentó en una silla plegable junto a la entrada y fue a contactar a los paramédicos, no sin antes preguntar por segunda vez si estaba seguro. Los paramédicos llegaron con las manos vacías, aparentemente incrédulos de que alguien quisiera ponerlos a trabajar. Por tercera vez me preguntaron si estaba seguro de querer ir en ambulancia. ¡Eso debió indicarme cuán caro era realmente un paseo en ambulancia y cuán fuera de mi cobertura estaba! Pero como cojuda asentí una última vez.

Mientras preparaban la camilla, los transeúntes me observaban. No estaba seguro de lo que sentía. Algo similar a la vergüenza pero diluida, líquida, y en ese líquido flotaba algo más denso, que se hundía y reflotaba, parecido al orgullo. Ahí estaba mi ego, sentado en la vereda como una lámpara de lava. Huachafa, sí; poco digna, también; ¡pero hipnótica! De pronto, altísimo drama en 15 segundos ⎯¡gente, camilla, rampa, ambulancia!⎯ y adiós. En el camino, los paramédicos me preguntaron qué me dolía, si tenía alergia a algún medicamento, me tomaron la temperatura y la presión. Finalmente, al verme de tan buen humor, por fin preguntaron qué diablos pasó.

Estaba en la esquina, esperando que cambie la luz, y cuando cambió, me tiré a la avenida y crucé. Antes de empezar mi camino ⎯o quizá simultáneamente, no lo sé⎯ ya había visto a los autos en el extremo más lejano de la avenida bajar la velocidad y detenerse. Lo que no vi fue que, de mi lado de la avenida, una moto que venía embalada jamás pretendió frenar. La moto quería ganarle a la luz o, mejor dicho, sabía que iba a perder por míseros segundos y no quería esperar. El resto de peatones agolpados en la esquina la vieron venir y se quedaron atrás. Tengo la impresión de que trataron de detenerme, pero me disparé demasiado rápido ⎯y encima estaba con audífonos, escuchando a The Kills, unaware that I was about to be killed!

Mi paso resuelto informó al motociclista en un solo segundo de mi completa ignorancia de la situación. Sería él quien tendría que hacer la maniobra para no matarme (o a ambos) porque yo no tenía intención alguna de parar. Así lo hizo, literalmente in the nick of time because he nicked my leg. Fue una ráfaga de luz frente a mí y luego la avenida, vacía como un segundo atrás. Me detuve solo por un momento y busqué confirmación a mi derecha. Sí, una moto tambaleándose y retomando la carrera. Well… shit. Casi me parten en dos.

Entonces me percaté ⎯periféricamente porque jamás volteé⎯ de la U de transeúntes que se había formado detrás mío y sólo ahora empezaba a avanzar. Gente que se quedó petrificada pensando que presenciaría mi Final Destination de la vida real. «¿Se te acercó alguien?», preguntó una de las paramédicas. «¡¿Crees que iba a parar?!», le respondí. «¡Seguí caminando con la frente en alto y no cojeé hasta que le di la vuelta a la esquina!». Primero muerta que humillada. Ante todo, dignidad y orgullo gay.

«¡Pero me crucé con David Duchovny!», sonreí.

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