Jet lag

Mis primeros días en Madrid pasaron como un sueño. No necesariamente porque la ciudad o la compañía fueran particularmente «de ensueño» (que lo eran), sino porque mi cerebro no terminaba de procesar que estaba, in fact, ahí. Caminaba por el paseo del Prado, admirando la arquitectura, perdiéndome entre la gente, respirando el aire frío de una tarde sin lluvia y no terminaba de absorber los detalles más básicos. Una bruma cerebral me impedía distinguir Madrid de Buenos Aires, Boston o Nueva York. Sabía que no estaba en casa, pero no sabía dónde estaba realmente. No me entraba en la cabeza. Jet lag, pensé.

La familiaridad de quedarme con Johanna tampoco ayudaba. Sé que ella vive en España, pero la vi hace no mucho en Lima, so you can imagine lo poco que ayudó eso a aterrizar mi mente. En fin, mi paso por Madrid fue más un momento para conectar con mi mejor amiga de muchos años que un viaje hecho y derecho. All good. Luego, sin darme cuenta, estaba caminando por las viejas calles de Ginebra, cruzando el pont du Mont Blanc. El Jet d’eau a mi izquierda, una maleta más pesada de lo que hubiese querido a mi derecha, huyendo del frío por Quai Gustave Ador. Mi anfitrión, Sebastien, era un parisino delicioso que vivía en Ginebra y hablaba español. Je suis desolé porque era straight.

Después del día más perezoso del universo en la lluviosa y nublada Ginebra, aparecí en medio de los Alpes Suizos, en el pueblo de Crans-Montana (que en realidad son dos pueblos, Crans y Montana, que crecieron tanto que se juntaron el uno con el otro). La razón, para quienes no lo saben, por la cual estoy jugando a Heidi es la décima edición del festival Caprices. Una orgía musical cuyo lineup parece calcado de mi iPod. Tori Amos, Björk, Portishead, The Killers, Mika y más. Este lugar es, sin duda alguna, el punto más lejano en el que he estado. De hecho, mientras me deslizaba en trineo por los Alpes, half enjoying it, half panicking, pensaba «cómo mierda llegué a un trineo en una montaña en los Alpes desde Perú» y todavía me costaba descifrar mi recorrido.

Hoy, que ya vi a Tori brindar un espectacular set de 90+ minutos, a Björk sorprenderme con Pagan Poetry y poco más y a Portishead violarme el cerebro con el mejor setlist del mundo, puedo decir que mi jet lag ha concluido. He dormido lo suficiente en estos días como para reajustar mi reloj biológico. No obstante, cada vez que despierto con el sonido de una de mis bandas favoritas soundchecking afuera de mi ventana o cada vez que camino por el balcón y veo esta imponente vista frente a mí, pierdo total noción de la realidad. I’m no longer jet lagged, ahora estoy simplemente maravillado. Entiendo que estoy viajando, entiendo que estoy en Suiza, pero mi cabeza no puede discernir entre aquello que entiende y aquello que supera día tras día todas sus expectativas. Estoy viviendo un sueño, literal. Y es hermoso aquí. Hermoso.

En unos días estaré en Barcelona y luego París. Sólo Godney sabe lo increíble que eso será. Ya puedo verme juergueando con mis amigos en Barcelona o recorriendo el Sena escuchando Someone Like You in dramatic fashion. Me emociona mucho. Creo que esa es la moraleja de esta historia. La vida es muy corta para pasar todo nuestro tiempo metidos en el fundillo de la realidad. De vez en cuando, sin dejar que pase mucho tiempo, hay que vivir en las nubes. Hay que convertir la realidad en sueños, en algo que se siente tan falso y a la vez tan intenso que parece imposible que sea real. Cuando esté en Lima y sea otro día de mierda en la oficina, recordaré los árboles, la nieve y mis pies, volando sobre un trineo, y sonreiré porque sabré que fue real. Even if I didn’t feel it at the time…

Vivan mucho, amigos. That’s the whole point.
Lo demás es relleno.

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